Víctor Manuel Moncayo C.
Exrector y Profesor emérito
Universidad Nacional de Colombia
Han trascurrido ya 40 años desde que, con motivo del centenario del fallecimiento de Marx publicamos en un número especial de Cuadernos de Iniciativas Obreras un artículo sobre “Marx sin marxismos”, parte del cual reescribimos y actualizamos en la Revista Izquierda1 . Ahora, al conmemorar 140 años del mismo deceso, he considerado retomar y reescribir apartes no republicados de ese mismo texto, que estimo aún pertinentes.
Marx más allá de toda Ciencia y de toda epistemología
Planteándonos en el mundo de la crítica de la Economía Política, que precisamente condujo a Marx a enfrentar y develas formas sociales de la dominación y a señalar el camino del antagonismo como el único virtualmente capaz de destruir la relación de dominación, una vez más podemos afirmar que el marxismo está muy lejos de una perspectiva cientista en el campo de la economía política, o de otras expresiones del saber o el pensar que se expresan ahora como ayer en medio de las relaciones sociales capitalistas. Es en este sentido que puede decir que Marx se colocó frente a los conceptos de la economía política, así como hoy debemos situarnos respecto de otras múltiples conceptualizaciones, para mostrar en esas elaboraciones teóricas las abstracciones reales que ellas han traducido, e indicar como todas ellas remiten al antagonismo central propio de la sociedad capitalista.
Por esa razón es válido afirmar que Marx no inauguró una nueva economía política, ni abrió el camino para nuevas ciencias de las formas sociales de la dominación, como aún lo pretenden quienes insisten en imposibles teorías marxistas del Estado, del Derecho, de la religión, de las regiones superestructurales o, en general, de la sociedad o de la historia, ni mucho menos es posible trasladar su posición antagónica a las ciencias exactas o naturales para otorgarles una significación distinta. Todas las ciencias son propias del saber burgués y son parte de las condiciones sociales y técnicas de la dominación capitalista; son la traducción discursiva de las abstracciones o formas sociales de la dominación; son ellas mismas parte de la abstracción que erige como realidad la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, como muy bien lo expusiera Sohn Rethel. Si de Marx y de su obra se quisiere predicar el carácter científico, lo único que podría realmente admitirse es que es un artífice más de la ciencia de la subversión, de la necesidad de desencadenar, a partir del antagonismo, la destrucción de la relación que lo sustenta y lo reproduce; no un científico social, como muchos quieren denominarlo para tener un par de alta alcurnia, sino un científico antisocial, en cuanto es esencial y radicalmente anticapitalista, que busca y pretende afanosamente la destrucción de la sociedad del capital.
Por idénticas razones aún ahora tenemos que poner fin a las orientaciones que quieren hallar en Marx un método, una nueva epistemología, esta sí salvadora en la ruta tortuosa del conocimiento. Hay que enfrentar, por consiguiente, las posiciones que, ante la denominada Introducción de 1857, quieren encontrar en ella la clave de la metodología marxista y, en lugar de ello, rescatar también en ese texto el valor de una posición de clase frente a la producción material regida por el sistema capitalista, rescatar la insistencia en la realidad del antagonismo e insistir en la necesidad de interrumpir y destruir el reino de las formas sociales de la dominación.
No podemos sucumbir ante la apariencia y exigir como método marxista lo que es un análisis del método propio de la economía política, decantado como proceso de aprehensión y reiteración conceptual de las abstracciones reales de la sociedad burguesa. “Hegel cayó en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento que, partiendo de sí mismo, se concentra en sí mismo, profundiza en sí mismo y se mueve por sí mismo, mientras que el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto es para el pensamiento la única manera de apropiarse lo concreto, de reproducirlo como un concreto espiritual. Por esto no es de ningún modo el proceso de formación de lo concreto mismo. Por ejemplo, la categoría económica más simple, como el valor de cambio, supone la población, una población que produce en determinadas condiciones, y también cierto tipo de sistema familiar o comunitario o político, etc. Dicho valor no puede existir jamás de otro modo que bajo la forma de relación unilateral y abstracta de un todo concreto y viviente ya dado” (Introducción de 1857). Se trata del “método científico correcto”, pero al fin y al cabo el método de la economía política, no la metodología, la nueva epistemología que Marx habría inaugurado. Allí se describe como los objetos de la economía política no son el resultado del pensamiento, ni tampoco igual a lo concreto mismo, sino abstracciones reales, cuya existencia es parte misma de unas relaciones sociales ya dadas.
Si de Marx y de su obra se quisiere predicar el carácter científico, lo único que podría realmente admitirse es que es un artífice más de la ciencia de la subversión, de la necesidad de desencadenar, a partir del antagonismo, la destrucción de la relación que lo sustenta y lo reproduce; no un científico social, como muchos quieren denominarlo para tener un par de alta alcurnia, sino un científico antisocial, en cuanto es esencial y radicalmente anticapitalista, que busca y pretende afanosamente la destrucción de la sociedad del capital.
No podemos sucumbir ante la apariencia y exigir como método marxista lo que es un análisis del método propio de la economía política, decantado como proceso de aprehensión y reiteración conceptual de las abstracciones reales de la sociedad burguesa. “Hegel cayó en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento que, partiendo de sí mismo, se concentra en sí mismo, profundiza en sí mismo y se mueve por sí mismo, mientras que el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto es para el pensamiento la única manera de apropiarse lo concreto, de reproducirlo como un concreto espiritual. Por esto no es de ningún modo el proceso de formación de lo concreto mismo. Por ejemplo, la categoría económica más simple, como el valor de cambio, supone la población, una población que produce en determinadas condiciones, y también cierto tipo de sistema familiar o comunitario o político, etc. Dicho valor no puede existir jamás de otro modo que bajo la forma de relación unilateral y abstracta de un todo concreto y viviente ya dado” (Introducción de 1857). Se trata del “método científico correcto”, pero al fin y al cabo el método de la economía política, no la metodología, la nueva epistemología que Marx habría inaugurado. Allí se describe como los objetos de la economía política no son el resultado del pensamiento, ni tampoco igual a lo concreto mismo, sino abstracciones reales, cuya existencia es parte misma de unas relaciones sociales ya dadas.
Lo que es importante en la Introducción no es el supuesto método marxista, sino su análisis de la producción material en términos de antagonismo. En un primer momento, al plantear que no hay producción en general, sino que cuando de ella se habla se está siempre frente a “una producción de individuos que viven en sociedad”, por cuanto “la producción no es solamente una rama particular”, sino que “constituye siempre un cuerpo social determinado, un sujeto social que actúa en un conjunto más o menos vasto, más o menos rico, de ramas productivas”, Marx está insistiendo en el concepto de totalidad orgánica, que rechaza la vieja figura tópica de base y superestructura. Pero, Marx no se limita a presentar la realidad social como el conjunto inseparable de formas sociales que acompañan el proceso de apropiación de la naturaleza, sino que la entiende como una totalidad de procesos reales atravesados todos por el antagonismo, la escisión, el enfrentamiento, que es el real fundamento de la existencia.
Más no quiso ser un economista más, o un cientista social como decimos hoy, sino ante todo expresar una posición contra el sistema de explotación capitalista. Es por ello que se detuvo a apreciar en cada categoría analizada la presencia de la lucha de clases. A propósito, por ejemplo, de la producción y el consumo, lo central es destacar “la relación contingente que vincula el productor al producto… y como el regreso (del producto) al sujeto dependerá de sus relaciones con otros individuos”, por canto “las relaciones y modos de distribución son simplemente lo inverso de los agentes de la producción”. Y la misma insistencia en el antagonismo entre sujetos se observa al tratar la producción y la distribución cuando expresa: “antes que ser distribución de productos, la distribución es: en primer lugar, distribución de instrumentos de producción y en segundo término, lo cual es una prolongación de la relación precedente, distribución de miembros de la sociedad entre las diversas ramas de producción, o dicho de otra manera, sumisión de los individuos a relaciones de producción determinadas” (Grundrisse T I, p. 25).
Idéntico comportamiento o posición asume Marx con respecto a las demás categorías económicas, interrumpiendo así la fetichización que ellas hacen de las formas sociales correspondientes. El valor de cambio no es un producto del pensamiento, sino una categoría de la sociedad burguesa, que aparece en el estadio más desarrollado de la sociedad; el trabajo, el trabajo en general, punto de partida de la economía, es también, antes que una categoría conceptual, una abstracción que se focaliza en un momento específico de la realidad histórica. No es un nuevo método de conocimiento de las formas sociales de la dominación capitalista, sino una nítida posición de rechazo de éstas, evidenciando su funcionamiento. Si alguna metodología existiese en Marx, sería sólo la del rechazo, la de la ruptura con todo lo que esté unido a la relación de explotación, la de dejar de cohabitar con ella reproduciéndola.
La crisis del marxismo: una celada contra Marx
Pero, la realidad parece habernos obligado a olvidarnos de ese Marx que hemos tratado de recuperar y quiere forzarnos a discutir hoy no sobre él sino sobre los marxismos; esa realidad se complace en repetir la sentencia “Marx ha muerto”, pues sepultándolo se entierra también la dura y corrosiva crítica del modo de producción capitalista que su obra representa y se empuja a los dominados de ayer y de hoy a caer en los brazos del reformismo y de la social-democracia. Y nada mejor para ese propósito que sustituir a Marx por los marxismos y plantear la crisis de estos como demostración de la sinrazón de toda posición revolucionaria.
La cuestión se plantea dentro de una simplicidad cautivante, que impide ver y comprender sus verdaderos alcances. En efecto, se nos formula la pregunta de si el marxismo o los marxismos están crisis, sin aludir siquiera s la significación que de ellos se tiene, sino atribuyéndoles la responsabilidad de toda una serie de situaciones, que por ser efectivamente reales no pueden desconocerse ni discutirse. El interrogante es una clásica celada, pues necesariamente la respuesta tiene que ser positiva.
Se comienza diciendo que una de las razones de la crisis es la realidad de los socialismos que realmente han existido. Habiendo transcurrido más de 100 años y más de 80 de la revolución China, su situación parece no corresponder con la que preconizaría el marxismo: la eliminación de la propiedad de los medios de producción no ha terminado con las relaciones de producción; la producción estatal no ha transformado sustancialmente el régimen social de producción; la nacionalización no ha sido suficiente para alcanzar la socialización real; los productos continúan siendo mercancías; las relaciones salariales y otras formas de dependencia económica subsisten; el régimen de planificación centralizada dista mucho de la eliminación de la economía de mercado; los socialismos son el Gulag de la opresión política, la ausencia de libertades esenciales, la negación de los derechos humanos, la dictadura de grupos o élites burocráticos….
Se le imputa también al marxismo la ausencia de revolución en los países desarrollados; o se discuten como fallas o errores ciertas conceptualizaciones tales como la pauperización, la baja tendencial de la tasa de ganancia, el derrumbe capitalista, la transformación de los valores en precios de producción, la teoría de la renta, etc.; o se le acusa de no ofrecer soluciones o de carecer de explicaciones para ciertos fenómenos; o se le sindica de ser la causa del lento discurrir del movimiento de los sectores dominados o de sus derrotas….
Al hablar del marxismo y su crisis no solo se quiere rechazar la significación de la posición de Marx, sino que se quiere contribuir a la conversión, que históricamente se ha producido, de su obra en una doctrina trascendente, explicativa, completa o al menos perfectible, a su exaltación como una guía para la acción, como ideología de las clases dominadas, como ciencia verdadera y revolucionaria, como concepción alternativa del mundo, como recetario para la acción y para la construcción de una sociedad sin clases y sin explotación, como nueva economía política que debe inclusive explicar y dar solución a los problemas críticos del capital, como posibilidad de nuevas teorías sobre las formas sociales de la dominación, como epistemología definitiva y universalmente válida.
Pero, la afirmación de los marxismos y su crisis no puede comprender a Marx. Su trabajo, su obra, su acción, son manifestaciones o expresiones de lucha de clases en el ambiente propio de la sociedad de su tiempo; significó y continúa significando una oposición de clase al capitalismo; es un enfrentamiento a las formas de dominación y una negación de ellas, aun cuando, obviamente, no las elimine, no las destruya. Si los marxismos han estado o están en crisis, de Marx no pude predicarse que esté, haya estado o pueda estar en crisis. Su irrupción frente a las categorías de la Economía política tuvo y tiene el valor de ruptura con las formas sociales económicas de la dominación, y como tal conserva y prolonga sus efectos. Su crítica está allí y puede ser recuperada y reiterada e inclusive prolongada, tanto en el mismo terreno como en otros.
La realidad parece habernos obligado a olvidarnos de ese Marx que hemos tratado de recuperar y quiere forzarnos a discutir hoy no sobre él sino sobre los marxismos; esa realidad se complace en repetir la sentencia “Marx ha muerto”, pues sepultándolo se entierra también la dura y corrosiva crítica del modo de producción capitalista que su obra representa y se empuja a los dominados de ayer y de hoy a caer en los brazos del reformismo y de la social-democracia. Y nada mejor para ese propósito que sustituir a Marx por los marxismos y plantear la crisis de estos como demostración de la sinrazón de toda posición revolucionaria.
No podemos aceptar imputarle a Marx, en cabeza de los marxismos, el socialismo que ha existido. Su realidad es ciertamente responsabilidad de los marxismos o de quienes actuando en su nombre los han construido o los mantienen; son nuevas formas de existencia de la relación capitalista, que muchos quieren esconder con los eufemismos de socialismo burocratizado, deformado o pervertido, que son precisamente lo opuesto de Marx y su obra. En efecto, a pesar de que en los socialismos se han producido cambios de significación en los aparatos del Estado y en los engranajes mismos del funcionamiento social, no se han eliminado las relaciones salariales ni otras formas de explotación y dominación. La propiedad estatal de los medios de producción despoja también, quizás de una manera más abstracta y sofisticada, a los productores directos de su control y de la producción en general. La fuerza de trabajo continúa siendo una mercancía o dependiendo de formas novedosas de sujeción. Su realidad no tiene nada que ver con una simple deformación o desviación perversa del régimen, con una burocratización que enturbia y modifica las orientaciones de sus rectos propósitos, sino con las características del sistema de producción que continúa imperando, que sólo ha cambiado de nombre y de etiqueta, y que precisamente se legitima socialmente reclamándose como efectivamente no es.
Tampoco es posible abandonar a Marx, a causa de las imperfecciones teóricas que surgen de su obra cuando se le presenta como un nuevo continente científico, pues sería olvidar que esencialmente Marx es un crítico de las abstracciones conceptuales de la ciencia propia del capitalismo, en cuanto ella traduce y reproduce las formas sociales de la dominación. Y más inadmisible aún es combatir a Marx por no haber iluminado sabia y certeramente el camino de la revolución, habiendo sido él mismo quien proclamó que la transformación debía ser obra de los obreros mismos, sin ningún poder mesiánico externo, así este se reclamara de la ciencia. Recordemos que en carta a Ruge, Marx expresó: “no somos doctrinarios que le ofrecen al mundo un nuevo principio. Aquí está la verdad. Arrodillaos. No le decimos a la gente: abandona tus falsos objetivos, nosotros te daremos la verdadera clave de la lucha”.
Hay que estar en guardia contra el verdadero debate que quiere darse cuando se plantea la temática de la crisis del marxismo. Su sentido real es acallar las luchas, desviar su radicalidad, presentando a Marx como el ideólogo de las nuevas situaciones de opresión de los socialismos reales. No podemos aceptar los términos de esa discusión y reconocer que todo es imputable a cierto marxismo, al marxismo deformado, pues diciendo esto permanece la aspiración de encontrar la verdadera doctrina, el pensamiento iluminador, la ciencia revolucionaria y, de paso, estamos negando la necesidad de la crítica, de la cual es ejemplo la obra de Marx, que no necesitamos fetichizar, sino sencillamente repetir, corregir, prolongar y ampliar. No hay doctrina salvadora, ni mesías liberadores; la salvación está en las luchas mismas.
Marx, aunque haya muerto y lo continúen sepultando diariamente todos los marxismos y sus militantes, sigue siendo la misma expresión crítica, subversiva, desestructurante, que en el siglo XIX irrumpió en Europa, y que continúan reproduciendo, profundizando y ampliando todos quienes luchan contra el capital, así no se llamen marxistas, ni reivindiquen su nombre, e inclusive lo desconozcan o lo confundan con uno de aquellos cómicos del cine norteamericano.
Y finalmente… negación del Capital y rechazo de las formas de dominación
Frente a la relación capitalista de dominación y en el interior de su propia lógica antagonista que separa y opones a dominantes y dominados, pero simultáneamente los integra para estructurar permanentemente el proceso de valorización, tenemos que insistir, como lo hizo terca y obstinadamente Marx con las categorías de la Economía política, en afirmar, a partir del antagonismo, la negación del capital, que es lo que en otro momento se ha llamado el proceso de auto-valorización, entendida como lo opuesto y distinto de la valorización capitalista, como la fuerza capaz d sustraerse al valor de cambio.
Obviamente, ese proceso de auto-valorización es combatido por el capital, desestructurando su significación de ataque y negación de la relación de explotación, mediante la reorganización de las formas sociales mismas que la constituyen y explican. En ese sentido, el capital no elimina el antagonismo, pues de él vive y se nutre, en cuanto la auto-valorización derrotada es savia de la dominación. Pero, de cada reestructuración capitalista emerge siempre una nueva auto-valorización, una nueva negación sectaria de la totalidad del sistema capitalista que, en la medida en que promueve otras reestructuraciones, va agotando la racionalidad de la explotación y la convierte, cada vez más, en una estructura técnica represiva, simplemente envuelta en el contenido vacío pero eficaz de sus formas.
Siendo ese trabajo el fundamento principal de la explotación capitalista, su negación no comporta una oposición parcial a la dominación sino una confrontación de la totalidad de la sociedad burguesa. Para que esta vea turbada toda posibilidad de reestructuración, la lucha debe tener, al menos como horizonte principal, el rechazo del trabajo; lucha que supone que los propios titulares de la fuerza de trabajo se nieguen como trabajadores, se resistan a ser utilizados por el capital, para lo cual deben “reconocerse como potencia política y negarse como fuerza productiva” (Tronti), afirmarse como no trabajador, como no-capital. Se trata no de la conquista por los trabajadores del poder del Estado burgués, para convertirlo en el Estado de los operarios, sino de alcanzar el poder de no continuar siendo trabajadores y muchísimo menos bajo un Estado, cualquiera que sea su calificativo.
Ese rechazo al capital y a las formas que constituyen y garantizan su dominación tiene un referente principal: el trabajo. No el trabajo como la necesidad del esfuerzo físico o de la actividad indispensable para la satisfacción de las necesidades, sino el trabajo como “esencia inhumana”, “no libre y asocial”, que se realiza para obtener un equivalente monetario, que da derecho a adquirir los bienes y servicios necesarios para la reproducción. El trabajo que como abstracción sólo existe en el interior de las relaciones sociales de producción capitalistas, el trabajo socialmente útil para la valorización del capital.
Siendo ese trabajo el fundamento principal de la explotación capitalista, su negación no comporta una oposición parcial a la dominación sino una confrontación de la totalidad de la sociedad burguesa. Para que esta vea turbada toda posibilidad de reestructuración, la lucha debe tener, al menos como horizonte principal, el rechazo del trabajo; lucha que supone que los propios titulares de la fuerza de trabajo se nieguen como trabajadores, se resistan a ser utilizados por el capital, para lo cual deben “reconocerse como potencia política y negarse como fuerza productiva” (Tronti), afirmarse como no trabajador, como no-capital. Se trata no de la conquista por los trabajadores del poder del Estado burgués, para convertirlo en el Estado de los operarios, sino de alcanzar el poder de no continuar siendo trabajadores y muchísimo menos bajo un Estado, cualquiera que sea su calificativo. Esa fue la perspectiva de Marx tanto en su crítica de la Economía Política, como en sus posiciones frente a los desarrollos del movimiento revolucionario de su época, y es la misma que está presente, aún sin llamarse o autoreconocerse como marxista, en todas las luchas cuya orientación y contenido estén presididas por la tendencia anticapitalista. En esa dirección se podrá finalmente, algún día, lanzar la exclamación tan acostumbrada por Marx, parafraseando a Esopo: ¡Hic Rhodus, hic salta!
1 Nos referimos a los artículos sucesivos publicados en los números de octubre, noviembre y diciembre de 2018 de esta misma Revista Izquierda.
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