Sergio De Zubiría Samper
Profesor Titular. Doctorado en Bioética
Universidad El Bosque
Presidente Fundación Walter Benjamin para la Investigación Social
Para el historiador inglés Eric Hobsbawm, tres transformaciones experimentadas en el “corto siglo XX” han dejado marcas de continuidad para el siglo XXI, las cuales empiezan ya en los albores de este nuevo siglo a ser cada día más relevantes. Caracterizan la denominada “civilización eurooccidental” en sus rasgos determinantes para el siglo XXI.
La primera transformación es la conversión del mundo eurooccidental en una “unidad única operativa”, que podemos calificar de “mundialización” o “globalización”, ya que los sucesos económicos, comunicativos, tecnológicos y políticos tienen grandes interconexiones. La segunda es la perturbación o supresión de aquellos mecanismos socioculturales que permiten establecer un diálogo con el pasado y la memoria intergeneracional; se presenta una “ruptura” entre generaciones, entre el pasado y el presente, porque los componentes tradicionales de su preservación han sido bastante debilitados. La tercera transformación es la emergencia de lo que el investigador llama la “edad de los extremos”.
Para comprender la metáfora utiliza la sugestiva imagen del “tríptico”: de 1914 a 1991, la sociedad occidental ha pasado por tres etapas plenamente pendulares. Una primera etapa (1914-1947) acompañada de las guerras mundiales, el fascismo, la gran depresión, la bomba atómica, los campos de concentración; tal vez, uno de los momentos más trágicos del mundo occidental. Una segunda fase (1947-1973) que constituye la “edad de oro” de la modernidad capitalista y un momento de avances importantes en los indicadores económicos y sociales, para luego, en un tercer estadio (1973-1991), retornar a la época de la crisis, los desastres y las guerras. Entre ellas, la catástrofe ecológica más perturbadora de la humanidad.
En el siglo XXI, esta “edad de los extremos” se acorta en los tiempos y su pendularidad es cada vez mayor. En efecto, todo puede cambiar en quinquenios, años, meses o días. Es así como cualquier día amanecemos con una realidad plenamente transformada: la reciente experiencia de la pandemia del covid-19 es un síntoma de alerta. Tenemos, tal vez, ciertas certezas de que vendrán nuevas catástrofes y pandemias. Las guerras y los desastres se han intensificado luego del derrumbe del “socialismo realmente existente”.
El presente escrito intenta establecer relaciones entre la categoría “edad de los extremos” proveniente de las ciencias sociales críticas y las actuales políticas públicas de “paz total” del gobierno progresista y el proyecto de Plan Nacional de Desarrollo (PND), recientemente presentado al Congreso de Colombia. El texto está dividido en tres acápites: En el primero, exponemos una visión panorámica de la potencia de la categoría “edad de los extremos” para comprender las peculiaridades del largo conflicto armado interno colombiano; el segundo se dedica a mostrar las dificultades y tensiones de carácter conceptual de la noción de “paz total”, y el tercero inicia un trabajo analítico para hacer patentes algunos vacíos y dificultades de la “paz total” en el proyecto de PND. La polémica sobre los planteamientos contenidos en este proyecto hasta ahora empieza su curso.
Colombia entre la “edad de los extremos” o la “paz intermitente”
En Colombia ‒tal vez desde el gobierno de Turbay Ayala (1978-1982) hasta hoy, vale decir, por más de cuatro décadas‒, hemos tenido esa experiencia pendular entre la guerra y la paz. En nuestra investigación histórica se utilizan nociones como “oscilación entre la guerra y la paz” (F. González) o “procesos de paz cuatrienales” (M. Palacios). También hemos pasado en días, a veces en minutos, de la máxima esperanza en la paz al recrudecimiento exponencial de la barbarie; hemos vivido ‒incluso‒ actos en nombre de la paz en pura lógica de guerra.
Ejemplos son muchos, pero dos son sintomáticos y elocuentes de la perseverancia de nuestra extrema tragedia: (a) El mismo día que se elegían los constituyentes que redactaron la Carta de 1991, el 9 de diciembre de 1990, se realizó el bombardeo de Casa Verde, el lugar icónico del secretariado de las FARC-EP; muchas investigaciones e interpretaciones habría que realizar para analizar este hecho histórico; (b) El plebiscito ciudadano del 2 de octubre de 2016 para ratificar el acuerdo de Paz entre el gobierno y las FARC fue derrotado con una abstención del 63% y una diferencia de 60.396 (0,5%) votos. Sorprende la alta abstención, la escasa diferencia y la indiferencia juvenil ante el suceso.
La “paz intermitente” o “edad de los extremos” en Colombia debe tener explicaciones multicausales por su complejidad y profundidad, pero un inventario incompleto remite a complejidades de nuestra historia, como: (a) El exacerbado presidencialismo constitucional y cultural; (b) La existencia de una especie de “síndrome adánico” en nuestras políticas públicas; (c) La ausencia de una política estatal (no gubernamental) de paz en Colombia; (d) Las dificultades y limitaciones de un movimiento social estable y duradero por la paz; (e) Las tradiciones políticas y culturales centralistas, colonialistas y racializadas.
Los efectos de esta oscilante situación existencial o “edad de los extremos” tendrán que investigarse y sus huellas posiblemente sean demasiado indelebles, pero se pueden prever algunos de ellos. El primero es la dificultad que tenemos los/las colombianos/nas para distinguir normalidad de anormalidad y la posibilidad que esta antítesis pueda convertirse en un dispositivo más de guerra (M. Palacios). El segundo, hay que reconocer que gran parte de la disputa actual y la perpetuación del conflicto colombiano se realiza mediante la propaganda, los medios de comunicación, las nuevas tecnologías y por los fabricantes de la llamada “opinión pública”. Tercero, hay subrayar la absoluta dependencia de la acción política actual de esas maquinarias propagandísticas que fomentan la pérdida de fronteras entre la guerra y la paz, como también la “naturalización” de la oscilación de los extremos. Y, cuarto, las guerras contemporáneas siempre están conectadas a espacios de propaganda, instrumentalización del miedo y publicidad, contextos en los que tienen un papel importante los “profesionales” y tecnócratas de la política.
Limitaciones y tensiones de la “paz total”
La actual propuesta planteada por el gobierno progresista colombiano de “paz total” contiene limitaciones y tensiones, que con el paso de los meses se han hecho patentes y visibles. Nos limitamos a las que podemos denominar “teóricas” y “conceptuales”. Un estudio sobre aquellas que consideramos “fácticas” o “empíricas” supera los límites de esta exposición.
Destacamos seis limitaciones y tensiones conceptuales en los planteamientos de la “paz total”, que se han hecho evidentes en los ocho meses del actual gobierno progresista. El despliegue y desenvolvimiento de estas limitaciones conceptuales, además de los problemas prácticos de la “paz total”, serán determinantes en los meses por venir. Consideramos que el vaciamiento teórico o ambivalencia de la “paz total” en la actual política gubernamental puede conducir a su utilización instrumental e ideológica y, como consecuencia, contribuye a exacerbar la experiencia de la “edad de los extremos”. A ninguna política pública de paz o movimiento social estable por la paz le conviene una pendularidad existencial: pasar en minutos de la confianza a la desconfianza, de la esperanza a la frustración.
La primera limitación es la inexistencia de un documento fundacional o fuente primaria que determine la naturaleza, objetivos, alcance y límites de su concepción. Disponemos, tan solo, de fuentes secundarias y fragmentarias, anotaciones dispersas y coyunturales contenidas en algunas declaraciones de funcionarios y en el proyecto de reforma de la Ley 418 de 1997, más conocida como “ley de orden público”, que han pretendido utilizar los últimos gobiernos en las fases exploratorias para iniciar procesos de negociación con los grupos armados. En la reforma del gobierno actual la conocemos como Ley 2272 de 2022; legislación también colmada de entuertos conceptuales y definitorios.
La segunda tensión reposa en la adjetivación de “total” o “totalidad” predicada a la paz, que necesariamente conlleva problemas de hondo calado filosófico. Son de aquellas nociones o predicados que tienen la capacidad de “encandilar” y, por ello, producen una gran penumbra a su alrededor, como subraya la socióloga Saskia Sassen. Reconocemos, por lo menos, dos tradiciones filosóficas modernas de la categoría “totalidad”: (a) Aquella que la concibe como lograda, existente, realizada, cercana a la filosofía hegeliana, donde se consolida una identidad entre el “deber ser” y el “ser”; (b) Aquella que mantiene la irrealización y se piensa como una “idea regulativa”; como una totalidad agonística, un horizonte, que siempre preserva la negatividad entre el “ser” y el “deber ser”; más cercana a la filosofía kantiana y adorniana. De acuerdo con la utilización que otorguemos al término “totalidad” la relación existente entre el “horizonte de expectativas” y las “posibilidades concretas” de su realización son distintas. En la función hegeliana la “paz total” se llegará a clausurar; en la perspectiva kantiana será siempre un proceso en construcción infinita.
La tercera limitación reside en la oscuridad en sus fines últimos. Podemos denominarla una especie de “ceguera teleológica”. Evoquemos a Aristóteles cuando afirma que “toda actividad humana tiene un fin”. En dos ámbitos se constata penumbra: (a) Existe incertidumbre en los fines porque no sabemos si se trata de desescalar, explorar, eliminar, mitigar, reducir, suprimir, cerrar la violencia armada o la conflictividad o la guerra; penumbra tanto en la acción verbal como en la caracterización del actual conflicto; (b) Existe indecisión en las temporalidades, porque no son explícitas las distinciones y acciones en el corto, el mediano y el largo plazo, lo cual impide una planeación rigurosa y estratégica. Sabemos que serán “mesas simultáneas”, pero la penumbra es alta con relación a los fines últimos y las temporalidades.
La cuarta dificultad remite a la caracterización de los sujetos de la acción en dos dimensiones. En primer lugar, es escasa o inexistente la investigación sobre las subjetividades que componen el actual conflicto armado colombiano; se limita a acoger la existencia enumerativa de seis a siete conflictos, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Pero son pobres o inexistentes las investigaciones académicas sobre sus tipologías y las subjetividades constitutivas de la contemporánea conflictividad interna colombiana. En segundo lugar, en las fragmentarias exposiciones gubernamentales sobre la “paz total” no existe claridad sobre aquellos sujetos que van a agenciar estos procesos; existen fronteras bastante difusas relativas al papel protagónico ya sea del gobierno, los grupos armados, la sociedad civil, los diálogos vinculantes, las comunidades, las organizaciones populares, el apoyo internacional, la Iglesia, etc.
La “paz intermitente” o “edad de los extremos” en Colombia debe tener explicaciones multicausales por su complejidad y profundidad, pero un inventario incompleto remite a complejidades de nuestra historia, como: (a) El exacerbado presidencialismo constitucional y cultural; (b) La existencia de una especie de “síndrome adánico” en nuestras políticas públicas; (c) La ausencia de una política estatal (no gubernamental) de paz en Colombia; (d) Las dificultades y limitaciones de un movimiento social estable y duradero por la paz; (e) Las tradiciones políticas y culturales centralistas, colonialistas y racializadas.
La quinta tensión se manifiesta también en dos asuntos teórico-prácticos que han acompañado la extensa historia del conflicto interno en Colombia y que contienen aristas muy diversas: (a) El papel de los territorios y las concepciones de la “paz desde los territorios”, lo cual constituye uno de los asuntos más álgidos ya desde las negociaciones entre el gobierno y las FARC-EP, y está mediado por concepciones divergentes y debates ideológicos sobre territorio, territorialidad y territorialización; (b) La polémica relevante sobre el papel del “Estado” en la violencia política colombiana, su función como parte de la causalidad sistémica del conflicto y sus tareas en la construcción de la “paz total”. Una problemática de alta complejidad que siempre será determinante en cualquier proceso de paz; entre otros aspectos, el supuesto bastante difundido de la “debilidad del Estado” o su “fragmentación”.
Penumbras de la “paz total” en el PND
La sexta limitación alude a la presunción de que el Plan Nacional de Desarrollo (“Colombia: potencia de la vida”), recientemente presentado por el gobierno progresista al Congreso de la República, hubiera podido completar o profundizar la noción de “paz total”. En realidad, este introduce, más bien, nuevas penumbras. Además, se debe destacar que este Plan constituye la brújula orientadora de la política e inversión gubernamentales durante cuatro años.
Algunas de sus notorias dificultades y oscuridades son las siguientes. En primer lugar, el subtítulo dedicado a la “paz total” en el PND introduce ahora el predicado “integral”; por tanto, se añade a su vaciamiento conceptual la necesidad de aclarar el significado de “integral”, lo que el Plan tampoco hace. Tenemos ahora la sumatoria de dos nociones que no poseen marco conceptual o uno muy débil. Parece que el sendero escogido por los voceros institucionales es la determinación por la vía de la negación. En su texto sobre la “paz total”, el senador Iván Cepeda decide tomar distancia de cuatro nociones de paz. A la “estable y duradera” opone la necesidad de una “salida radical” y ser una “etapa histórica nueva”. La “paz unidimensional” es criticada porque se limita a la terminación de un conflicto particular y no logra tramitar sus causas estructurales. La “paz fragmentaria” se limita a resolver “solo por partes y etapas”, sin tener una visión integral del conflicto interno. La “paz elitista” termina reducida a unos cuantos funcionarios gubernamentales y no logra ser una “política de Estado”. Podríamos, por tanto, inferir que la “paz total” debe superar estas limitaciones y recuperar las definiciones afirmativas de estos cuatro tipos de paz: debe ser una paz absoluta y perpetua; integral y que vaya a la raíz de sus causas estructurales; implementada y cumplida de forma plena, y que se convierta en una política de Estado.
En segundo lugar, también existen penumbras relativas al “objetivo final” de la “paz total en el PND. Se atribuye a la “paz total” el propiciar una “vida digna”, “transformaciones territoriales”, “superar el déficit de derechos” y “acabar con las violencias armadas”. Ninguno de estos objetivos se despliega con profundidad; más bien, se intercalan de forma indiferenciada. Se plantea como “objetivo final” consolidar un “Estado Social y Ambiental”, pero no se conceptualiza una teoría del “Estado”, se añade el “Ambiental” sin teorizarlo y se anuncia como lo novedoso de esta visión “el diálogo y/o la conversación”, según la naturaleza del grupo armado.
Tercero. Se afirma que esta “paz total” busca “corregir las limitaciones que tuvieron los procesos anteriores”, pero no se analizan cuáles fueron esas “limitaciones” ni tampoco se despliega en el PND el “cómo” superarlas. Se caracterizan los procesos recientes como “procesos de paz no cumplidos”, limitándose a señalar como elementos comunes: (a) que han sido pactados solo con actores específicos; (b) que se han presentado dificultades para su cumplimiento; (c) que los actores han visto amenazadas sus vidas y han contado con “pocas garantías jurídicas”.
Cuarto. En la parte pertinente a la “paz total e integral” se afirma, al mismo tiempo, que se “trata de acabar con las violencias armadas” y que “será un trabajo de varias generaciones”. Lo anterior podría producir inferencias polémicas, tales como un cierto deslizamiento hacia la “paz negativa” en el sentido de silenciar las violencias armadas, pero también la tensión entre algo culminado (“acabar violencias armadas”) y algo siempre en construcción inconclusa (“trabajo de varias generaciones”).
Quinto. Los cinco ejes propuestos para consolidar la “paz total” deben ser objeto también de una discusión crítica: (a) Territorios que se transforman por la implementación del Acuerdo Gobierno-FARC; (b) Nuevas negociaciones; (c) Desescalamiento de la violencia; (d) Cultura de Paz en poblaciones y territorios; (e) La paz como política de Estado y la creación de un “gabinete de paz”.
Nos limitamos a algunos comentarios generales sobre tres ejes (territorios; desescalamiento; cultura de paz), pero la academia y el pensamiento crítico debe realizar un trabajo puntual sobre cada uno de estos. Con relación a “territorios” percibimos las siguientes penumbras expositivas: (a) No es claro en el PND si la territorialidad hace referencia exclusivamente a los PDET o a toda la realidad del campo colombiano; (b) En la síntesis que hace el PND sobre el Acuerdo Final hay una simplificación de contenidos, hasta tal punto que a los numerales sobre “participación política” y “fin del conflicto” se les dedica, respectivamente, dos y un párrafo; produce perplejidad la escasa atención otorgada al punto dos del Acuerdo Final, relativo a las transformaciones políticas; (c) Se insinúa una “dicotomía urbana-rural” sin desarrollar su contenido; (d) Se postula “otro modelo de desarrollo” con “alcance supramunicipal” sin caracterizarlo; (e) Se invisibiliza el enfoque étnico, determinante para la “paz desde los territorios”.
De este recorrido expositivo podemos desplegar algunas conclusiones provisionales: (a) La metáfora de la “edad de los extremos” es un aporte de la ciencias sociales críticas y puede iluminar ciertas aproximaciones a la experiencia histórica colombiana y sus prácticas de paz y de guerra; (b) La Propuesta de “paz total” del actual gobierno progresista contiene serias limitaciones conceptuales y teóricas; (c) Las lagunas, vacíos o ambivalencias teóricas de la “paz total” en la actual política gubernamental pueden conducir a su utilización instrumental e ideológica y, como consecuencia, contribuir a exacerbar la experiencia de la “edad de los extremos”; (d) Los documentos gubernamentales y las declaraciones de sus funcionarios no tienen una unidad de propósito y contienen penumbras con relación a los “fines últimos” de la “paz total”; (e ) El reciente Plan Nacional de Desarrollo del gobierno progresista introduce nuevas oscuridades y penumbras en la visión de la “paz total”.
El eje “desescalamiento de la violencia” contiene una perspectiva muy restringida a acciones puntuales con niños y adolescentes y un enfoque de “seguridad”. Las tres acciones son las siguientes: (1) Fortalecer entornos protectores para niños, niñas y adolescentes; (2) Consolidar prácticas institucionales de derechos humanos; (3) Garantizar seguridad y habitabilidad en los territorios. Tendría que ampliarse la noción de “habitabilidad” y exponerse si la seguridad se limita al “no reclutamiento” de los y las jóvenes; además, cuestionar si las tres acciones anteriores son suficientes en el contexto del actual conflicto colombiano. También hacer una teoría de tipos de “violencias” priorizados y modelos concretos de “desescalamiento” y explicar cómo articular lo anterior con el denominado “servicio social para la paz”.
Del eje “cultura de paz en la cotidianidad de las poblaciones y territorios” encontramos asuntos colmados de oscuridad, entre ellos: (a) Qué comprender por “cultura de paz” y desde cuál tradición teórica y conceptual”; basta evocar la enigmática afirmación de Walter Benjamin, “todo documento de cultura es siempre al mismo tiempo un documento de barbarie”; (b) La discutible identificación entre “cultura de paz” y “acuerdos de no violencia”; (c) La subsunción entre “sociedad de derechos” y “convivencia para la vida”; (d) El significado y contenidos de los “ecosistemas de paz” y su nexo con la denominada “seguridad humana”; (e) Las características del “programa de ciencia para la paz y la ciudadanía” y su limitación de acción a los municipios PDET.
De este recorrido expositivo podemos desplegar algunas conclusiones provisionales: (a) La metáfora de la “edad de los extremos” es un aporte de la ciencias sociales críticas y puede iluminar ciertas aproximaciones a la experiencia histórica colombiana y sus prácticas de paz y de guerra; (b) La Propuesta de “paz total” del actual gobierno progresista contiene serias limitaciones conceptuales y teóricas; (c) Las lagunas, vacíos o ambivalencias teóricas de la “paz total” en la actual política gubernamental pueden conducir a su utilización instrumental e ideológica y, como consecuencia, contribuir a exacerbar la experiencia de la “edad de los extremos”; (d) Los documentos gubernamentales y las declaraciones de sus funcionarios no tienen una unidad de propósito y contienen penumbras con relación a los “fines últimos” de la “paz total”; (e ) El reciente Plan Nacional de Desarrollo del gobierno progresista introduce nuevas oscuridades y penumbras en la visión de la “paz total”. En este marco, vale reiterar la severa afirmación del filósofo Ernst Bloch: “Cuando se acerca la salvación, se incrementa el peligro”.
Referencias bibliográficas
- Aristóteles. (2014). Ética a Nicómaco. Barcelona: Gredos.
- Cepeda, I. (2022). “La paz total”. En: La paz total. Insumos para la formulación de una política pública integral de paz, Medina. C., (Comp.) (pp. 29-36). Bogotá: Universidad Nacional
- DNP. Plan Nacional de Desarrollo 2022-2023. “Colombia, potencia mundial de la vida”. Recuperado de: https://www.dnp.gov.co/Paginas/plan-nacional-de-desarrollo-2023-2026.aspx
- De Zubiría, S. (2015). “Dimensiones políticas y culturales en el conflicto colombiano”. En: Conflicto social y rebelión armada en Colombia. Ensayos críticos. Bogotá: Gentes del Común.
- Hobsbawm, E. (1999). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo Mondadori.
- González, F. (2014). Poder y violencia en Colombia. Bogotá: CINEP.
- Palacios, M. (2012). Violencia pública en Colombia. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.
- Sassen, S. (2006). Territorio, autoridad y derechos. Buenos Aires: Editorial Katz.