Jorge Gantiva Silva
Filósofo
Universidad Nacional de Colombia
Profesor Titular
Universidad del Tolima
Momento de disrupción o “transformismo” constreñido
La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo
muere y lo nuevo no puede nacer; en este interregno
se verifican los fenómenos morbosos más variados.
Gramsci, Cuadernos de la cárcel 1Es ampliamente conocida, citada, y con frecuencia, mal traducida, la idea de Gramsci de que “lo nuevo” abre un proceso de transición, un “interregno” marcado eventualmente por fenómenos “morbosos”, no necesariamente “monstruosos” como suele traducirse. Aunque en la “transición” podrían darse diversos tipos de “monstruosidad” que la filosofía política ilustra con los conceptos de “excepcionalidad”, “disrupción”, colapso, golpe o acontecimiento. En el interregno hay efectivamente una situación de supresión, escisión o eliminación de una tendencia, es decir, se ha producido un “tránsito”, una ruptura, ha concluido un ciclo histórico, ha desaparecido un fenómeno o proceso determinado. En este caso, cabe preguntar: ¿Qué es lo que ha “muerto”? ¿Una etapa anterior? ¿Un régimen o una tendencia histórica? ¿O simplemente estamos en recambio “transformista” en el discurrir de la anterior época? Es preciso saber si fenómenos históricos como el “uribismo”, la “guerra interna”, el “conflicto social y político” y el régimen imperio/capital, entre otros, han fenecido. ¿De qué “muerte” estamos hablando entonces? O bien, ¿se trata de un reemplazo en la línea de continuidad del establecimiento, con la incorporación de significativas variantes en el orden institucional y el modelo sociopolítico? ¿Se trata de un cambio disruptivo o de una mudanza formal, parcial o un “aggiornamento” (actualización, revisión y renovación) del actual estado de cosas?
En la reflexión gramsciana se abordan varios tópicos para comprender la significación del interregno como “transición”, como lucha entre “lo nuevo” y “lo viejo”. El punto de partida reside en comprender el momento histórico-político concreto del conjunto de propuestas de formuladas desde el gobierno nacional. Lo relevante en la tesis de Gramsci es reconocer la complejidad del plexus teórico, político y metodológico que configuran el régimen de dominación o la arquitectónica de la hegemonía imperante. Es preciso saber de qué manera se incorporan los elementos de análisis fundamentales para dilucidar las relaciones de fuerza, las formas discursivas e ideológicas, el “estado de ánimo” de las clases subalternas, la recomposición de los grupos de poder en la estatalidad vigente, el reconocimiento de las tendencias dominantes y subordinadas, la priorización de los enfoques y decisiones macro económicas y políticas, las valoraciones y posicionamientos de los movimientos sociales y la visión de los “simples”, de los “de abajo”. Los Cuadernos de la cárcel contemplan una rica gama de variaciones y singularidades histórico-políticas para fundamentar teórica, filosófica y políticamente la irrupción de un “cambio de época” o el despliegue de una fuerza y tendencia en el marco de la continuidad epocal. De igual manera, perfila el horizonte de las fuerzas alternativas en el marco de una ruptura histórico-política.
Mucho se especula con la noción de “nueva época”, “transición”, “cambio de época”, “época de cambio”; y aunque pareciera un asunto formal o semántico, resulta que se trata de un elemento crucial en la comprensión del momento histórico, de las perspectivas políticas y de la orientación estratégica del “gobierno de coalición” de Gustavo Petro. Justamente en la posesión presidencial, el presidente del Senado, Roy Barreras, subrayaba el mantra del “cambio de época” y lo diferenciaba de la noción de “época de cambio” para resaltar el sentido del giro histórico que estaba emprendiendo el nuevo gobierno nacional. “Lo nuevo” aparecía como condensación del conjunto de promesas plasmadas en el programa del Pacto Histórico y las reformas asumidas por el Acuerdo nacional. Evidentemente “lo nuevo” no emerge como resultado de una “revolución”, ni de una “catástrofe” acontecimiental, sino de un giro de la política colombiana a partir del posicionamiento histórico del progresismo y la puesta en marcha de una política de transacción, reajuste en el orden institucional que sin duda podría constituirse como “momento maquiaveliano” de transformaciones dentro del propi statu quo. Ahora bien, “lo nuevo” aparece como momento de compromiso en la “cadena significante” del cambio, un modo de acomodar, interpelar y agenciar formas de ajuste democrático y social en el escenario de la reorganización del régimen capitalista de acumulación y de la dominación política imperantes. Se trata de una forma de “transformismo” trasvasado en “odres viejos” que asume transitoriamente la crisis colombiana.
En este sentido, “lo nuevo” se configura propiamente como una “época de cambio” en línea con el transformismo constreñido que aspira a reorganizar el modelo vigente, asegurando confianza y seguridad, sin trastornos radicales de “aventuras” o “desvaríos”. Eventualmente, un “cambio de época” significaría una disrupción histórica del sistema oligárquico colombiano y el progresismo tendría el cometido de romper la “cadena significante” del capitalismo, asunto sobre el cual el presidente, Gustavo Petro, señaló todo lo contrario. En una perspectiva de “época de cambio” enfrenta duras y contundentes pruebas de confrontación, de agudos conflictos y azarosos eventos de tensión política, ya que las fuerzas de ultraderecha aferradas al esquema “señorial-hacendatario”, antidemocrático y guerrerista persistirán agresivamente en el modelo neoliberal, las vías de la guerra, la privatización, la desigualdad, el autoritarismo y el tradicionalismo oligárquico. Las expresiones de las derechas se empecinarán en deslegitimar y bloquear las aspiraciones de cambio, en un escenario turbulento cuya “tormenta perfecta” se desenvuelve en la arena internacional con la guerra en Ucrania, la crisis energética, la depresión económica y la inestabilidad creciente de Occidente. Entre tanto, “lo nuevo” como discurso y fuerza del “posibilismo” tematiza y reorienta el social-liberalismo en perspectiva de un transformismo constreñido en un escenario contemporizador, gradualista y limitado. El panorama anuncia vientos huracanados que condensan una diversidad de contracciones, choques, limitaciones y reclamaciones en donde “lo nuevo” deberá disputar su lugar y posicionamiento.
“Lo nuevo” se desplaza en medio del enmascaramiento con lo viejo y las “morbosidades” que se aferran a lo nuevo. Consciente del momento político signado por la irrupción del transformismo constreñido, el progresismo tendrá diversas “líneas de fuego”: el tradicionalismo oligárquico y la obscenidad de las élites tradicionales; el progresismo “conservador” y la renovación creadora popular. Marcar una línea de diferenciación y resignificación de “lo nuevo” será el desafío estratégico, a sabiendas de la defensa de Petro del “desarrollo del capitalismo”, el acatamiento a la institucionalidad, la aceptación de las reglas macroeconómicas multilaterales y la adhesión al bloque de Occidente liderado por EE. UU.
La insolencia del síndrome de la posideología
[S]e sostiene que si rehusase a endurecerse, el corazón nos privaría
de los más bellos acontecimientos. No hay drama si los héroes
se arrojan uno en brazos del otro tan pronto se levanta el telón.
No hay historia si el amor gobierna al mundo.
Jacques D’Hondt, Hegel, filósofo de la historia viviente 2
Es proverbial el temor de las izquierdas a gobernar; y cuando alcanzan el poder sufren regularmente una extraña metamorfosis. Al llegar a la dirección del Estado las subsume un miedo pavoroso de sucumbir ante las embestidas del “adversario” y se escudan en la “gravedad” y “peligrosidad” del enemigo. El pavor de fracasar las conduce por el “camino del medio”, y para no sucumbir proceden a morigerar el discurso, consentir los adversarios, recurrir a la resiliencia y actuar como una fuerza “subsumida” en el pacto “por arriba” y discurrir en la lógica de la conciliación, el elan de la tecno-burocracia y la obsesión de la gobernabilidad bajo el mantra de la posideología como concreción de los acuerdos con fracciones de las élites tradicionales y los consentimientos de la burguesía “progresista”. “Si nos aislamos, nos tumban”, fue la frase lapidaria de Petro para justificar el “acuerdo nacional” y legitimar el pacto con una parte del espectro político tradicional. Lo singular de esta perfomatividad política es que las izquierdas pasan del temor a gobernar a la proclividad de la “subsunción real” de la realpolitik, de la discursividad radical al posibilismo compasivo, de la remembranza histórica a la direccionalidad pragmática del devenir político. Una suerte de fantasma aparece para conjurar la ruptura, la transformación y el giro epocal. El “espantapájaros” se asoma para reivindicar la reforma, no la “revolución”, el capitalismo, no el “cambio revolucionario”. El “espíritu” de lucha y la reciedumbre de la lucha electoral y de las movilizaciones ciudadanas y populares se tornan ecos del pasado. La posideología emerge como sucedáneo de viejas utopías y mantras de concesiones y objetivaciones. La metáfora utilizada por el presidente Petro para describir el ambiente de la Casa de Nariño ilustra la manera cómo ciertas izquierdas “se deprimen”, sienten soledad o “tristeza” ante la vastedad “fría” y compleja del poder.
Hay pactos de pactos. ¿Cuáles son los pactos de la transformación democrática? ¿Cuáles son sus contenidos estratégicos y programáticos? El acuerdo nacional suscrito entre un gran bloque de partidos y élites tradicionales y el progresismo que agrupa el mundo variopinto de las izquierdas reformistas, plantea serios desafíos e interrogantes. Cabría preguntar: ¿Por qué no se habla de las limitaciones del pacto, de la diversidad de las relaciones de fuerza, de los grados de consenso y disenso, de las valoraciones dispares sobre la conflictividad social y la gravedad de la crisis económica y política que vive el país, producto de tantas herencias, políticas erráticas, desvaríos ideológicos y señuelos destructivos de los partidos y gobiernos del statu quo? Se argumenta que el “pacto” se concreta con los “diferentes”; sin embargo, se soslaya la presencia de fuerzas tradicionales y retrógradas (partido conservador, partido liberal, partido de la U), responsables de la crisis histórica de Colombia. Llama la atención, precisamente, cómo han trascurrido los primeros días del “gobierno de coalición” en torno al alcance de las decisiones políticas, la direccionalidad, la conformación de la burocracia estatal y la discursividad hegemónica sobre la resiliencia, la reconciliación y la no confrontación, expresiones de la sedicente posideología que vitorea el “crepúsculo de los ídolos”, el derrumbe de los metarrelatos y el “triunfo universal” del capitalismo.
“Lo nuevo” está atravesado por la contrariedad, la negatividad y la conflictividad que actúan en distintas direcciones, y no constituyen inventos o caprichos de mentes contumaces. Es la dialéctica de la vida y de la historia. En particular, la oposición política está en marcha, y un sistemático control-chantaje se explicita en los medios de comunicación y opera mediante distintos mecanismos de presión. Las derechas, antes y después de la campaña electoral, levantaron el mantra del fantasma del “socialismo”, de la “dictadura”, de la “tiranía” y del “desastre venezolano” como formas reveladoras de su obstinación contra el cambio, la exaltación de la sociedad de libre mercado, la “democracia” formal y oligárquica y la sumisión al amo imperial. Tras la victoria de Petro un cierto progresismo creyó que Uribe había desaparecido de la escena política, y que entrábamos en un “mundo feliz”. Por el contrario, el uribismo como expresión orgánica de la ultraderecha retomó sus banderas y emprendió un plan de asedio a las propuestas del cambio democrático en Colombia. En particular, la oposición radical tomó la iniciativa de citar a los ministros a “control político” y promover “mociones de censura”. De igual manera, los medios de comunicación persisten en el mantra de la “tiranía” y del “comunismo camuflado” para desarticular la credibilidad, legitimidad y popularidad del gobierno de coalición. La contraofensiva derechista toma aliento, no solo con las consabidas maniobras conspirativas y violentas, sino con las erráticas o conflictivas situaciones de los gobiernos alternativos (la derrota del plebiscito en Chile, la inestabilidad de Pedro Castillo en Perú, el colapso argentino de Alberto Fernández) incitan a propiciar un ambiente de descrédito y deslegitimación del progresismo.
En medio de este desbordante escenario de conflictividad, el progresismo hace gala de un síndrome posideológico perceptible en la pasividad, el cinismo y el corporativismo de las principales fuerzas del Pacto Histórico y del Acuerdo nacional que desprecian el debate de ideas, las luchas ideológicas y las argumentaciones teórico-políticas en relación con temas de interés nacional: el saber y la ciencia, el decrecimiento, el proceso de paz con las Farc, Venezuela, la democracia, los gobiernos alternativos, el decrecimiento, el régimen de acumulación, etc. Para el progresismo las ideologías son extrañas criaturas que disipan y distorsionan la realidad; su mantra preferido es el pragmatismo: desdén por las, ideas, la investigación y los debates; resignación a la lógica del capitalismo triunfante; desprecio por los asuntos de organización; apatía por las discusiones programáticas y estratégicas; indiferencia por los procesos de formación y cultura política y pedagogía. Más compleja serán las responsabilidades en torno a los temas nacionales: plan de desarrollo, paz total, reforma política, reforma laboral, transición energética, reforma educativa, que reclaman un liderazgo, consistencia y coherencia. Concentradas en “lo políticamente correcto” (extradiciones, condena a Nicaragua, alineamiento con el bloque yanqui, incomprensión del proceso chileno, contención del movimiento indígena en su lucha de reclamación y recuperación de las tierras y escándalos), las “fuerzas del cambio” aparecen “distraídas” y centradas en los avatares de la “pequeña política”.
“Catarsis” y los avatares de la “Gran política”
(José) Martí fue duro, pero con razón,
al pedir que los pueblos pongan en la picota
a quien no le dice a tiempo la verdad.
Fernando Martínez Heredia, Pensamiento crítico
Constituir “lo nuevo” como horizonte de vida y de pensamiento obligará a repensar la estrategia y el despliegue de la “Gran política” para la transformación democrática de Colombia. “Lo nuevo” implica desplegar iniciativas y luchas que comprometen la resistencia, la autonomía, la crítica y el juego maravilloso de la dialéctica para “asumir el riesgo de dar pasos en el abismo de lo Nuevo” y enfrentar la lógica inercial y obscena de la “mismidad”. “Más de lo mismo” sería la huida al “desierto de lo real” o el reencantamiento de “almas bellas”.
La organización de las fuerzas del cambio constituye un campo en disputa que marcará el rumbo estratégico del progresismo, el cual se verá comprometido con las múltiples articulaciones que buscan tejer, extender y consolidar sus propuestas, ideas e iniciativas. ¿Cómo operará la “magia” para articular los cuatro (4) bloques de poder que conforman las fuerzas del cambio en el seno del progresismo? Esto es: el petrismo y su anacrónico redivivo “M-19”, los partidos tradicionales y sus burocracias, las izquierdas tradicionales y el campo de las fuerzas y movimientos sociales. La articulación de esta pluralidad de “bloques” se verá sometida a prueba en los nuevos escenarios públicos: el debate del Plan de Desarrollo, los “diálogos regionales”, la composición de las listas para las elecciones de gobernadores y alcaldes del próximo año, los proyectos de reforma y las movilizaciones sociales con sus propias reclamaciones y demandas. De otra parte, el dilema de organización constituye un reto en la consolidación del proyecto de cambio, dado el peso de la burocratización y los personalismos. ¿Podrá dar el salto a la “gran política” o quedará encerrado en la “pequeña política” a semejanza de la viaja política tradicional?
En efecto, “lo nuevo” se desplaza en medio del enmascaramiento con lo viejo y las “morbosidades” que se aferran a lo nuevo. Consciente del momento político signado por la irrupción del transformismo constreñido, el progresismo tendrá diversas “líneas de fuego”: el tradicionalismo oligárquico y la obscenidad de las élites tradicionales; el progresismo “conservador” y la renovación creadora popular. Marcar una línea de diferenciación y resignificación de “lo nuevo” será el desafío estratégico, a sabiendas de la defensa de Petro del “desarrollo del capitalismo”, el acatamiento a la institucionalidad, la aceptación de las reglas macroeconómicas multilaterales y la adhesión al bloque de Occidente liderado por EE. UU. En este escenario son evidentes las contradicciones, los rechazos, las oscilaciones, las disparidades y los reacomodos, en los cuales los líderes del PH y del acuerdo nacional tendrán que disponerse a asumir, o bien como constructores/destructores del “orden” vetusto, o bien como simuladores o remendones de la crisis capitalista. Zizek advierte que “Actualmente no sabemos qué tenemos que hacer, pero tenemos que actuar ahora, porque las consecuencias de la inactividad podrían ser catastróficas” (Zizek, Bienvenidos a tiempos interesantes). Constituir “lo nuevo” como horizonte de vida y de pensamiento obligará a repensar la estrategia y el despliegue de la “Gran política” para la transformación democrática de Colombia. “Lo nuevo” implica desplegar iniciativas y luchas que comprometen la resistencia, la autonomía, la crítica y el juego maravilloso de la dialéctica para “asumir el riesgo de dar pasos en el abismo de lo Nuevo” y enfrentar la lógica inercial y obscena de la “mismidad”. “Más de lo mismo” sería la huida al “desierto de lo real” o el reencantamiento de “almas bellas”.
1 Algunas traducciones son laxas. Adjuntamos el texto en italiano. “La crisi consiste appunto nel fatto che il vecchio muore e il nuevo non puó nascere: in questo interregno se verificano i fenómeni morbosi piú svariati”. Antonio Gramsci, Quaderni del carcere (ed. Valentino Gerratana), Roma, Einaudi, 1975. Vol. 1, p. 311.
2 Véase Jacques D’Hondt, Hegel, filósofo de la historia viviente, Buenos Aires, Amorrortu, p. 51. Cursiva nuestra.
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