Francesco Biagi
Doctor en Ciencias Políticas
con especialización en historia del pensamiento sociológico
Universidad de Pisa (Italia)
Investigador en teoría sociológica
Universidad de Lisboa (Portugal)
Introducción
Henri Lefebvre fue un filósofo y sociólogo urbano que vivió intensamente todo el “siglo breve”: tenía dieciséis años cuando estalló la Revolución Rusa y murió a los noventa, dos años después de la caída del Muro de Berlín y unos meses antes del colapso de la Unión Soviética. Su larga vida abarcó casi todo el siglo XX, y no es casualidad que haya presenciado los momentos y cuestiones más decisivos de este período. Lefebvre inauguró un nuevo tipo de filosofía, siguiendo los pasos de Karl Marx y Friedrich Engels, capaz de desplegarse simultáneamente en el plano teórico y en el práctico. Es posible identificar la característica fundamental de su filosofía en la interpretación de los dos filósofos alemanes, que se caracteriza por el constante llamado a unir la “teoría” filosófica con la “praxis” política. Esta perspectiva es principalmente la que le permite al autor comprender las transformaciones de la sociedad fordista, desde la cuestión espacial, rural y urbana, pasando por la vida cotidiana, hasta una teoría general de la política capaz de abarcar todo el análisis de la modernidad capitalista.
El sujeto sociopolítico del “derecho a la ciudad” de Lefebvre
En primer lugar, es en Espacio y política. El derecho a la ciudad II donde Lefebvre aclara mejor el significado de la célebre fórmula del “derecho a la ciudad”. Cuatro años después de publicar en 1968 el volumen titulado El derecho a la ciudad, el autor precisa mejor los temas que había comenzado a tratar. Lefebvre está convencido de que el crecimiento ilimitado de la ciudad conlleva una disminución en la calidad de la arquitectura y la urbanística. Las personas son empujadas a vivir cada vez más lejos, especialmente los trabajadores que son alejados de los centros urbanos. Lo que ha guiado esta expansión de las ciudades ha sido principalmente las diferencias de clase, de cultura, de raza y de género. La urbanización de la sociedad coincide con un empeoramiento de la vida urbana y es pensando en aquellos que viven en las periferias, considerando su segregación y su aislamiento, que el autor se refiere al concepto de “derecho a la ciudad”. Por lo tanto, es posible notar cómo el “derecho a la ciudad” se sitúa en continuidad con la herencia marxiana. Lefebvre sigue siendo coherente con el objetivo de poner a prueba del análisis urbano las categorías de Marx, con el fin de renovar y actualizar el marxismo mismo. La original intuición del autor radica en problematizar el sujeto social del “proletariado” (claramente ligado a la situación de la clase obrera del siglo XIX), mirando a todos esos trabajadores y habitantes de las periferias que viven concretamente la segregación social de los grandes edificios diseñados a partir del modelo funcionalista en la reorganización de la periferia de la segunda mitad de siglo XX. Por lo tanto, al reflexionar sobre el “derecho a la ciudad” en un contexto urbano configurado por las políticas espaciales del capitalismo fordista, Lefebvre incorpora en su teoría de la emancipación a todos aquellos sujetos sociales que viven en condiciones precarias, al margen del mercado y del consumo; en particular, a la luz de lo que ocurría entonces en la periferia parisina de Nanterre, congestionada por la vivienda precaria de los trabajadores inmigrantes. Lefebvre renueva las categorías marxistas, pero desde una perspectiva diferente. De hecho, el autor, al redefinir el concepto de “clase obrera”, reelabora los estudios de Engels sobre el proletariado inglés del siglo XIX. Engels, más que Marx, realiza la convergencia entre, por un lado, el análisis socioeconómico de la gran industria y, por otro, las consecuencias espaciales en la vida cotidiana del trabajador urbano. Por lo tanto, Lefebvre retoma una idea de Engels que ha pasado en gran medida desapercibida dentro del marxismo: la importancia de las contradicciones de clase que se manifiestan en la dimensión espacial. En síntesis, Lefebvre, aunque no desconoce la dureza que a veces adquiere el conflicto social, destaca sobre todo la idea de una construcción común y colectiva de la ciudad por parte de los oprimidos, es decir, “la ciudad como obra de arte”. Con ello, espacializa la subjetividad política marxista y la sitúa en las grietas de la sociedad de consumo fordista. ¿Qué representa la “clase obrera”, el “proletariado” para Lefebvre? Se trata, fundamentalmente, de la evolución coherente en el siglo XX de aquel sujeto social al que se referían Engels y Marx. A modo de ejemplo: si Engels observaba al obrero representado en la película Los compañeros de Mario Monicelli o en las novelas de Charles Dickens y Jack London, Lefebvre profundiza en las contradicciones encarnadas por Ludovico Massa (Gian Maria Volontè) en La clase obrera va al paraíso, de Elio Petri.
El anticolonialismo del “derecho a la ciudad”
En segundo lugar, al reflexionar sobre el “derecho a la ciudad” en un contexto urbano configurado por las políticas espaciales del capitalismo fordista, Lefebvre incorpora en su teoría de la emancipación a todos aquellos sujetos sociales que viven en condiciones precarias, al margen del mercado y del consumo; en particular, a la luz de lo que ocurría entonces en la periferia parisina de Nanterre, marcada por la vivienda precaria de los trabajadores inmigrantes, procedentes de las colonias francesas. Lefebvre codifica este sentido ante los nefastos resultados de una urbanización que, si por un lado se basa en el modelo de vivienda funcionalista teorizado por Le Corbusier, por otro produce formas de marginación social y bolsas de pobreza urbana con el abandono en la bindoville de tantos trabajadores inmigrantes francófonos. Es en este sentido en el que llega a hablar de un “neocolonialismo interno” (Lefebvre 1976: 129) alimentado por la separación urbana entre zonas superdesarrolladas y zonas abandonadas a la miseria del subdesarrollo, anticipando en cierto modo la extensa literatura sobre la forma-campo y el debate sobre las formas de contención y concentración urbana de determinados grupos sociales, hasta el reciente fenómeno de la “bindovillización” de los lugares habitados por inmigrantes.
En los años sesenta, Lefebvre comenzó a definir mejor el problema de los márgenes, de la periferia de la ciudad. En su trayectoria, esta actividad teórica coincide con el momento en que los estudios rurales evolucionan hacia los estudios urbanos debido a la problematización de la vida cotidiana en el régimen de la sociedad de consumo que caracteriza a Europa y Francia en el último siglo. Sin embargo, este régimen se establece en las sociedades capitalistas avanzadas y el bienestar que proporciona la abundancia de bienes y el consumo es solo una de las dos máscaras. La otra máscara se alimenta de la estabilización, a nivel endémico, de un cierto grado de miseria, pobreza, explotación y marginalidad social. Este es el destino al que están condenados los grupos más oprimidos, en particular los africanos que emigran de las colonias francesas a Paris. Esta situación impresionó mucho a Lefebvre cuando empezó a dar clases en el campus de Nanterre, en París. Kristin Ross, en Mayo del 68 y sus secuelas (May ‘68 and its Afterlives), describe así la situación a la que se enfrentó Lefebvre:
El campus funcionalista de Nanterre, inaugurado en 1964 y construido en el emplazamiento de las peores barracas de inmigrantes de las afueras de París, proporcionó a los estudiantes una lección directa “vivida” sobre el desarrollo desigual, una experiencia diaria que Henri Lefebvre, por ejemplo, no se cansó de remarcar que fue la principal “causa” de Mayo del 68. Los estudiantes de Nanterre tenían que cruzar cada día las barracas para asistir a clase en su nuevo campus. Pero los que regresaron a las barracas de inmigrantes que rodeaban el nuevo campus dieron un paso decisivo. Los grupos de extrema izquierda de mayo y junio actuaron como catalizadores de nuevas formas de expresión, representación y movilización de los trabajadores inmigrantes; en 1970, las huelgas de alquiler, las huelgas de hambre, las ocupaciones ilegales y otras luchas colectivas no vistas antes de Mayo del 68 empezaron a llevar a los inmigrantes a una confrontación directa con el aparato del Estado. (Ross 2002: 95-96)
Las observaciones de Ross señalan el marco en el que se alimenta el análisis de Lefebvre sobre la vida cotidiana y el espacio social, con especial atención a la cuestión racial y colonial de los márgenes urbanos de París. Fue en las contradicciones del barrio de Nanterre donde Lefebvre concibió el concepto de “derecho a la ciudad”.
Lefebvre en las barracas de Nanterre
En tercer lugar, aunque muchos autores y gran parte de la bibliografía secundaria lo ignoran, esta experiencia viva y concreta de los suburbios parisinos deja una huella indeleble en la obra de Lefebvre y centra claramente su pensamiento político en un cierto tipo de “sociología urbana”: una sociología que es una crítica de la ideología urbana del modelo capitalista. El edificio de la universidad se había construido recientemente siguiendo el modelo de la arquitectura funcionalista de Le Corbusier y, en aquella época, gran parte de la zona era un inmenso barrio de barracas, destinado a servir de vivienda a los inmigrantes proletarios. La creación de esta nueva universidad permitiría, por una parte, atraer a un gran número de estudiantes franceses, liberando así los edificios de las universidades del centro de París y, por otra, inaugurar la reurbanización del tejido urbano de la zona periférica que reunía a los inmigrantes africanos. Por un lado, se les estigmatizaba como “sector rebelde de la población” (Bromberger 1958; Rigouste 2009; Hervo 2001) y, por otro, se les consideraba una fuente de mano de obra barata siempre disponible para cualquier tipo de tarea.
Lefebvre examina los cambios que se produjeron durante el periodo de desarrollo de posguerra; la perspectiva que elige es la de la banlieue, es decir, la frontera entre ésta y el funcionalismo arquitectónico de Nanterre, diseñado para servir a los estudiantes franceses de clase media. Podemos deducir así que el pensamiento de Lefebvre se desarrolla desde los márgenes, es decir, desde el limen que divide y desgarra el espacio urbano, separando a los grupos más ricos de los más débiles. Los márgenes se convierten en el lugar privilegiado de observación, porque es en este punto donde se revela la narrativa de la ciudad: desde las periferias.
Lefebvre está convencido de que el crecimiento ilimitado de la ciudad conlleva una disminución en la calidad de la arquitectura y la urbanística. Las personas son empujadas a vivir cada vez más lejos, especialmente los trabajadores que son alejados de los centros urbanos. Lo que ha guiado esta expansión de las ciudades ha sido principalmente las diferencias de clase, de cultura, de raza y de género. La urbanización de la sociedad coincide con un empeoramiento de la vida urbana y es pensando en aquellos que viven en las periferias, considerando su segregación y su aislamiento, que el autor se refiere al concepto de “derecho a la ciudad”.
Según Laurence Costes (2009: 42), Lefebvre exhortó a sus alumnos a observar París desde la perspectiva de la exclusión urbana producida por el fordismo: la sociología urbana se convirtió así en ese ámbito disciplinar crítico que desenmascara la ideología funcionalista. La realidad del bidonville junto a la estación de tren de La Folie, entre la estación de Saint-Lazare y el edificio de la universidad, nos habla de una París diferente, excluida del bienestar consumista: todo un barrio con unos 10.000 habitantes indigentes, apretujados como sardinas en una lata.
Las investigaciones más detalladas sobre el barrio de barracas de Nanterre en los años sesenta fueron realizadas por Hervo y Charras (1971), Sayad (1995) y Gastaut (2004). En estos trabajos se encuentra un análisis minucioso que resulta muy útil para confirmar la hipótesis de Lefebvre. De hecho, en ellos se pueden leer diversos testimonios del régimen de marginación al que se vieron sometidos los inmigrantes argelinos, marroquíes, tunecinos y, en menor medida, portugueses. La forma en que se repite obsesivamente el problema de la vivienda es emblemática del hecho de que el mayor deseo de los habitantes de La Folie es escapar, lo antes posible, de una vivienda sin agua, electricidad, alcantarillado ni sistemas de saneamiento. Independientemente del color político del ayuntamiento de París, los trabajadores inmigrantes permanecen “atrapados” (el término enlisement significa literalmente “atascamiento”, pero también connota la idea de “hundimiento”) en una situación habitacional similar a la de los suburbios ingleses de finales del siglo XIX, tal como los describiera Engels o lo hiciera Jack London en su novela El pueblo del abismo. Del mismo modo, Sayad (1999) describe la condición estructural del inmigrante como una “doble ausencia”: colonizado y subalterno en su país de origen, el inmigrante emprende un viaje hacia la tierra prometida de la liberté, égalité, fraternité, solo para encontrar en Francia un entorno social que niega su existencia y lo vuelve invisible; en realidad, doblemente invisible: ausente de su país de origen y desarraigado de su mundo original, convertido en un verdadero apátrida y paria en Nanterre, en el barrio de La Folie.
Asimismo, para comprender mejor esta situación, cabe mencionar la película Fuera de la ley (Hors-la-loi, 2010) de Rachid Bouchareb, en la que el director francés de ascendencia argelina representa la dramática pobreza de los argelinos en Nanterre y muestra cómo esta condición de injusticia alimenta las acciones de rebelión anticolonial del Frente de Liberación Nacional en el espacio urbano de París. De hecho, el inmigrante argelino lucha en la capital francesa porque vuelve a encontrarse, bajo premisas distintas, en las garras de la misma opresión que había sufrido en su tierra natal. Se le niega así el régimen democrático de igualdad y libertad, incluso al expatriarse a la metrópoli, que solo le ofrece empleos mal remunerados y chabolas miserables para una supervivencia inhumana. La película conmocionó a Francia en el Festival de Cannes de 2010, generando un intenso debate y siendo incluso acusada de antifrancesa por abordar episodios del pasado colonial que habían sido deliberadamente excluidos de la conciencia colectiva. Su director fue objeto de un fuerte resentimiento por rescatar la memoria de las torturas y masacres perpetradas tanto en la metrópoli como en las colonias.
¿Qué significa “derecho a la ciudad”?
En cuarto lugar, es fundamental subrayar el significado de “derecho”. Como señala Lefebvre, no se trata de un derecho en el sentido jurídico del término, aunque constantemente se haga referencia a él para describir la situación concreta de la sociedad. El filósofo francés no busca añadir un nuevo derecho a la extensa lista de los “derechos humanos”, sino señalar un camino de lucha: un conflicto social concreto y performativo. El “derecho a la ciudad” es, de hecho, una reivindicación social y política. Sin una crítica radical del sistema capitalista, no existe posibilidad alguna de su auténtica realización. Por lo tanto, no estamos ante una cuestión jurídica, sino filosófico-política.
Con el concepto de “derecho a la ciudad”, Lefebvre imagina una teoría política de la emancipación en el contexto espacial, cuya fuerza impulsora choca, sin embargo, con la voluntad depredadora de las lógicas económico-políticas del capitalismo. En consecuencia, la ciudad se entiende como el escenario donde se manifiestan los conflictos sociales entre los detentores de la riqueza y el poder y las clases subalternas. El espacio urbano se convierte en el terreno de disputa entre quienes pueden ser visibles y tener voz y quienes deben permanecer invisibles y sin posibilidad de hablar. El reconocimiento sociopolítico se juega en la democratización y emancipación del espacio vivido por los grupos subalternos. El estatuto de lo político, en su dimensión espacial, está necesariamente atravesado por la desunión y el desacuerdo entre quienes excluyen y quienes son excluidos. Lo urbano es, para Lefebvre, el lugar por excelencia de expresión de los conflictos.
Por ello, puede hablarse de una concepción conflictualista del “derecho a la ciudad”. Este conflicto concierne al espacio urbano y a su organización. La interrogación radical sobre la que reflexiona Lefebvre es: ¿quién decide sobre la planificación del espacio? ¿Quién decide cómo deben vivir y habitar los seres humanos? En otras palabras, decidir “sobre la ciudad” es decidir “sobre la política”.
Es posible leer a Lefebvre como un filósofo y sociólogo del conflicto, y en particular del conflicto que ocurre en la dimensión espacial de la vida urbana. El “derecho a la ciudad” se concretiza esencialmente a través de la acción política, orientada a lograr una auténtica democracia, también en la gestión y organización del espacio. Se trata de la inversión de la ciudad concebida como “mercancía” por parte de quienes están excluidos y oprimidos, y de la reconstrucción dialéctica de una nueva vida en común: una obra artesanal creada por quienes la habitan. La definición del “derecho a la ciudad” permanece, por tanto, abierta al acontecimiento político. Lefebvre no fija su significado en un sistema cerrado de pensamiento, sino que ofrece al lector algunas pistas para formular una teoría siempre vinculada a la acción y a lo que sucede en la sociedad.
La ciudad, para Lefebvre, no es solo el lugar y producto de la valorización capitalista, sino también una oportunidad concreta de regeneración del espacio social mediante la participación activa de quienes la viven y la atraviesan. La ciudad es, entonces, el lugar donde es posible reapropiarse del espacio y del tiempo según las necesidades y deseos de sus habitantes, especialmente de los más vulnerables. En esta perspectiva, la ciudad se convierte en una obra de arte, y los habitantes son los verdaderos artistas de la construcción del espacio social. Esto expresa el “valor de uso del espacio social”, donde los habitantes pueden emprender un camino de emancipación y liberación frente a la precariedad y la pobreza.
Una auténtica “revolución urbana” ocurrirá cuando el espacio social sea obra, diseño y proyecto de quienes lo viven; cuando exista la posibilidad de una producción del espacio libre, compartida, plural y democrática, no subordinada a intereses ni beneficios particulares.
La ciudad, para Lefebvre, no es solo el lugar y producto de la valorización capitalista, sino también una oportunidad concreta de regeneración del espacio social mediante la participación activa de quienes la viven y la atraviesan. La ciudad es, entonces, el lugar donde es posible reapropiarse del espacio y del tiempo según las necesidades y deseos de sus habitantes, especialmente de los más vulnerables. En esta perspectiva, la ciudad se convierte en una obra de arte, y los habitantes son los verdaderos artistas de la construcción del espacio social. Esto expresa el “valor de uso del espacio social”, donde los habitantes pueden emprender un camino de emancipación y liberación frente a la precariedad y la pobreza.
Conclusión
Transformar nuestro propio espacio de vida, hacerlo útil para las necesidades de todos y todas, es la verdadera forma de practicar aquel ideal utópico-práctico que Lefebvre llamó “derecho a la ciudad”. La ciudad como “producto”, como “mercancía”, es así invertida a favor de una ciudad entendida como una obra auténtica, al servicio de quienes la habitan: el derecho a la ciudad legitima el rechazo a ser excluido de la realidad urbana, es una acción colectiva contra la discriminación y la segregación urbana y social. Aquí el espacio es entendido como crisol de diferencias, de intercambio de conocimientos, es el preludio de una espiral emancipadora de transformación de la vida cotidiana de los seres humanos. El “derecho a la ciudad” es, por lo tanto, el derecho a la participación y al disfrute de los bienes y servicios colectivos en contra de la lógica propietaria y privatista del capitalismo.
Referencias bibliográficas
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https://katakrak.net/cas/editorial/libro/la-proclamaci-n-de-la-comuna
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https://www.colibri.udelar.edu.uy/jspui/handle/20.500.12008/31042
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