
Víctor Manuel Moncayo C.
Exrector y profesor emérito
Universidad Nacional de Colombia
Este diálogo inaugural propuesto por CLACSO, coincidente con el centenario del nacimiento de Fals Borda, uno de sus fundadores, que nuestra universidad conmemora, coincide también y, sobre todo, con esta especial circunstancia histórica por la cual atraviesa el capitalismo, orden social dentro del cual están inscritas nuestras sociedades. Un capitalismo redefinido en sus formas complejas de explotación, y que no encuentra en el escenario global las formas de su reordenamiento, que se cocinan por ahora en medio de las guerras y de los enfrentamientos entre bloques societarios
Ciertamente las temáticas sugeridas (Democracia, derechos humanos y paz), acompañadas por los interrogantes detonadores propuestos por Karina Batthyány (Directora Ejecutiva de CLACSO) y el video que se nos ha presentado sobre el panorama político autoritario, no las estimo propiamente como retos o desafíos, sino como verdaderos escollos u obstáculos, pues son más bien los barrotes esenciales de la prisión propia del capitalismo, frente a los cuales tenemos la misión de romperlos. Vamos a intentar plantear algunas proposiciones en esa dirección.
¿Quiénes hablamos en este espacio académico?
Quienes hablamos hoy aquí en este espacio académico pertenecemos a la especie humana como parte de la naturaleza (historia natural del hombre). Nuestra naturaleza tiene una realidad pre-individual que llevamos con nosotros (percepción sensorial-motricidad-lengua-cooperación social), pero con la superpuesta individualidad producida y acumulada en el proceso histórico, que arrastra siempre nuestra pre-individualidad propia del común original de nuestra especie.
Con esos rasgos comunes de la especie humana nos acercamos a nosotros mismos, al resto de la naturaleza, a los medios para acercarnos a ella para utilizarla o transformarla; por ello el conocimiento es un bien común, no un producto de unas individualidades iluminadas, ni muchos una mercancía, como lo han vuelto. A medida que el conocimiento se fue separando e independizando se fue ocupando de las abstracciones reales de la sociedad, que fueron erigiéndose en objeto de las disciplinas sociales y humanas que ahora nos agrupan.
Así nos vimos convertidos en intelectuales, algunos al servicio de la organización social vigente, y otros asumiendo la compresión de esas abstracciones para criticarlas (ecos de la crítica de la economía política planteada por Marx).
Los individuos libres e iguales se manifiestan en diversos órdenes de la totalidad social, lo cual da lugar a lo que pudiera llamarse una especie de existencia dual. Una es su presencia como sujetos civiles, en el orden mercantil, familiar e individual, y otra como pertenecientes a la sociedad o comunidad política, como ciudadanos. La atomización individual parece condensarse en dos polos o regiones diferentes: la vida civil y la vida política, lo privado y lo público. Lo que importa destacar es que no se trata de una separación natural, obvia, simplista, sino de una escisión histórica propia de la sociedad capitalista, constitutiva de su misma esencia.

Por eso estamos hoy aquí con la pretensión de explicar las cadenas (las barreras) que impone la individuación propia del capitalismo, de las cuales no podemos deshacernos voluntariamente. Esa individuación capitalista forma parte del conjunto de las “abstracciones reales” constitutivas del capitalismo. No es factible deshacernos de ellas de manera simplemente declarativa o por el solo hecho de abandonar sus denominaciones. Su carácter dominante se nos impone y seguramente durante un largo tiempo. Su comprensión nos es esquiva, pues, como es obvio advertirlo, nuestra misma existencia está presidida por la naturaleza de la subjetividad de la cual formamos parte, que no podemos eludir ni desechar por nuestra propia voluntad.
En el orden social capitalista bajo el cual vivimos y sufrimos, desde el momento histórico (variable y diverso) de su existencia, presidido por la dimensión nacional y por el Estado que la organiza, se produjo y renovó ese proceso de individuación, erigiendo las unidades singulares como sujetos libres para que funcionaran no solo como hombres civiles, sino al tiempo como ciudadanos.
Se produjo, en efecto, una nueva individuación que transformó la precedente: el capitalismo arrojó a la singularidad como “hombre desnudo”, libre e igual”, que como tal niega sus diferencias y se reconoce como hombre en abstracto. Obviamente, insistimos, esa individuación en cada sociedad tiene ese rasgo general, pero unida a características provenientes de la individuación precedente, que la nueva no elimina ni borra plenamente.
Tenemos que entender que el orden vigente encierra el conflicto, pues existe para mantener y reproducir las condiciones de explotación, desigualdad e inequidad, de manera que su rechazo, por múltiples formas, integradoras o violentas, no son constitutivas de la paz, que se hallará precisamente sólo si se logra estar más allá del orden social establecido.
Esa es la individuación construida en la transición europea hacia el capitalismo, o la que se hizo necesaria en sociedades como las derivadas de los lazos coloniales luso-hispánicos, entre las cuales está la colombiana. O la que seguramente se construyó históricamente en otros espacios del planeta.
Se dibujan así las características esenciales de la categoría de sujeto, clave de la ideología política y jurídica; la libertad, que permite la autonomía del sujeto; su autodeterminación, sin la cual no puede entrar en relación con otros; la igualdad, base del intercambio, y la propiedad, sin la cual no podría afirmarse como titular de la mercancía fuerza de trabajo que ha de enajenar.
En las relaciones propias de la sociedad capitalista, aunque somos diferentes, nos es preciso negarnos como hombres concretos y afirmarnos como hombres en general, como hombres en abstracto, y reconocernos como iguales, como sujetos con las mismas características universales: libres, iguales, cada uno con su propio interés, etc.
Por ello, en la forma político-jurídica no hay esencia alguna que haga de los hombres unidades idénticas, subjetividades libres e iguales, sino que es la necesidad del intercambio y, más allá de ella, la existencia de la propia sociedad capitalista, la que borra las diferencias concretas existentes entre ellos.

Hombres-mujeres-otros y ciudadanos
Pero, ese proceso de individualización no va solo. Los individuos libres e iguales se manifiestan en diversos órdenes de la totalidad social, lo cual da lugar a lo que pudiera llamarse una especie de existencia dual. Una es su presencia como sujetos civiles, en el orden mercantil, familiar e individual, y otra como pertenecientes a la sociedad o comunidad política, como ciudadanos. La atomización individual parece condensarse en dos polos o regiones diferentes: la vida civil y la vida política, lo privado y lo público. Lo que importa destacar es que no se trata de una separación natural, obvia, simplista, sino de una escisión histórica propia de la sociedad capitalista, constitutiva de su misma esencia.
Son esos individuos ‒los hombres de la vida civil, que viven, producen, aman, sufren o gozan‒ quienes se reencuentran como sujetos políticos, como ciudadanos, como miembros de la comunidad política a que da lugar toda instauración nacional del capitalismo. Son esos mismos sujetos-ciudadanos quienes renuevan y afirman su condición cuando pagan impuestos, cuando hacen solicitudes a las autoridades, cuando acuden a la justicia, cuando eligen a sus representantes en el órgano legislativo o a su presidente, o cuando son llamados a ejercer la llamada suprema función constituyente. El mundo o esfera de la política les asigna un papel que deben representar; requiere de ellos, son su cimiento y su savia.
En el caso de las sociedades de la América colonial, su ingreso al sistema capitalista impuso el conjunto de las relaciones sociales que las soportan, sin que ellos mismos hayan previsto, concebido o pensado ese resultado histórico. Se llegó a la nueva forma de subjetividad como verdadera abstracción real de la sociedad capitalista, sin que, por lo tanto, ella pueda concebirse en términos de una invención de la razón humana, de una categoría ahistórica, de una concesión de un ser sobrenatural, sino como el resultado de las relaciones capitalistas, más allá de la realidad múltiple derivada de la unidad antropológica como especie.
Es en ese escenario en el cual aparecemos como sujetos de derecho, pero no para recuperar nuestra condición común, ni mucho menos para reivindicarla y vivir nuestras condiciones de existencia, sino como titulares de derecho que reclamamos dádivas a un orden social que no es nuestro, sino que nos domina y aprisiona.
Y aún más: la democracia representativa
Esa nueva forma de individualidad da lugar también, en el ambiente de la sociedad nacional y de su Estado, a la esfera representativa del interés general, separada y distinta de la voluntad de quienes se dice contribuyen a su organización y a su funcionamiento que, además, explica y legitima la existencia de un cuerpo especializado de representantes, la clase política, soportada sobre la imposibilidad de que exista un vínculo real entre el Estado y las singularidades; se produce un verdadero tránsito metafísico de la “voluntad de todos” que constituye la sociedad, a la “voluntad general”, es decir, la voluntad de los preseleccionados por todos pero que no responden ante nadie.
Esa esfera representativa nunca la ponemos en duda; por el contrario, siempre la reiteramos y fortalecemos, la reproducimos. No nos inquieta el esquema, que de manera expresa admitimos, sino que sólo nos preocupan sus elementos circunstanciales y aleatorios, como la composición de la clase política, sus condiciones de renovabilidad, el grado de movilidad para acceder a ella, la pureza de sus comportamientos, la duración de su “mandato”, la objetividad de su selección, la eliminación de las prácticas viciosas de participación electoral, la corrupción, etc.
De esa manera, desembocamos en la homogeneización propia de la unidad del pueblo nacional, asentado sobre un territorio, que se erige como soberanía, y que se expresa en todos los momentos históricos de instauración y vigencia del capitalismo, con el rasgo esencial del monopolio legítimo de la violencia, fundamento de la organización estatal y última ratio de su orden jurídico.
Dicho en otros términos, a partir de esa nueva individualización se construyen múltiples abstracciones reales y sociales: la forma-Estado, la separación Estado y sociedad civil, la necesidad de la mediación democrático-representativa, la homogeneidad nacional, el control y la regulación espacial, la violencia legítima y la ley general e impersonal. Todas ellas asociadas esencialmente a la modalidad capitalista de organización social, que no ha cesado de regir y que configuran la llamada “institucionalidad” que es soporte del orden social, y que nos llaman reconocer y a venerar.
Siendo prisioneros de esa forma de individualidad capitalista participamos en la llamada democracia representativa, con la esperanza de encontrar otros horizontes, con resultados siempre negativos. Es lo que periódicamente registramos en todo lugar de este planeta capitalista. Así lo evidencian los múltiples y complejos desvaríos de las experiencias electorales que siempre nos golpean negativamente, pero que paradójicamente nunca nos alejan de los lazos de la democracia representativa, pues continuamos adhiriendo a ella, abrazándola, reclamándola y practicándola. Frente a ella no basta con denunciarla y rechazarla, por cuanto su fuerza sistémica nos domina. Las perspectivas de alcanzar por ese camino las bases de una organización transformadora no han sido positivas ni podrán serlo, como lo enseñan las múltiples y repetidas experiencias.
Existen alternativas que históricamente habrán de expresarse y consolidarse, a partir de nuestra subjetividad ambivalente, para encontrar una nueva individuación liberadora que reencuentre en lo común nuestros rasgos indestructibles como especie. Es el horizonte de las luchas anticapitalistas, como las que en forma permanente intentan renacer en Colombia, y en otras sociedades, en el medio rural y en los asentamientos urbanos, alrededor de la tierra, la alimentación, la educación, la salud… en fin, de las condiciones de existencia.

Por una nueva individuación liberadora
Por lo expuesto, no podemos aceptar la individuación cargada de derechos, pues, aunque estos son resultado de la acción común, terminan fortaleciendo el orden social vigente. Tampoco podemos inclinarnos reverentes ante la democracia representativa que es la savia vivificante de las cadenas del sistema.
De otra parte, tenemos que entender que el orden vigente encierra el conflicto, pues existe para mantener y reproducir las condiciones de explotación, desigualdad e inequidad, de manera que su rechazo, por múltiples formas, integradoras o violentas, no son constitutivas de la paz, que se hallará precisamente sólo si se logra estar más allá del orden social establecido.
Pero existen alternativas que históricamente habrán de expresarse y consolidarse, a partir de nuestra subjetividad ambivalente, para encontrar una nueva individuación liberadora que reencuentre en lo común nuestros rasgos indestructibles como especie. Es el horizonte de las luchas anticapitalistas, como las que en forma permanente intentan renacer en Colombia, y en otras sociedades, en el medio rural y en los asentamientos urbanos, alrededor de la tierra, la alimentación, la educación, la salud… en fin, de las condiciones de existencia. Se trata, evidentemente, de una posición antagonista, que debe construirse a partir de la denuncia de la verdadera significación de la democracia representativa, de la controversia y rechazo de las nuevas formas del orden capitalista contemporáneo; de la construcción de formas de transición en la dirección de ruptura del orden existente, cuando las condiciones así lo exijan y lo permitan. Es un proceso siempre conflictivo, complejo e híbrido, en la medida que combina múltiples agentes y prácticas y que, sobre todo, choca con las organizaciones y estrategias que, en otro momento, tuvieron protagonismo y cuyas reivindicaciones en buena medida han perdido pertinencia.
* Corresponde a parte de las notas que se tuvieron en cuenta para presentación del autor en las Intervenciones inaugurales de la X Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales organizada por CLACSO (junio 10 de 2025, Auditorio León de Greiff, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.), escritas sin el rigor propio de los ensayos académicos. La presentación oral puede encontrarse en YouTube.
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