Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Las turbulencias de la “gubernamentalidad” y la “transición” diluida

Jorge Gantiva Silva

Filósofo

 Universidad Nacional de Colombia

Profesor Titular 

Universidad del Tolima

 
Un príncipe sabio debe apoyarse en lo que es suyo y no en
 lo que es de otros; debe ingeniárselas … para evitar el odio
Maquiavelo
 
¿Quién ignora realmente que los lobos andan en manada?
Gilles Deleuze
 

¿Movimiento defensivo o giro estratégico?

Son tan confusos los tiempos que “lo nuevo” aparece como ensoñación o cúmulo de ilusiones y truculencias –un mundo de lleno de expectativas y angustias acumuladas– cuya irradiación se ha tornado imprecisa, disipada y contradictoria y que en ocasiones brota de las “morbosidades” a las que aludía Gramsci a propósito del interregno entre “lo viejo” y “lo nuevo”. Su discurrir se ha ido deslizando entre contingencias políticas, dispares atavismos, escándalos y defecciones que no permiten despejar el horizonte del progresismo colombiano como fuerza determinante en la vida de la sociedad y del Estado; así tampoco, se perfila una tendencia epocal de carácter irreversible en el tejido social y cultural en una realidad áspera y refractaria a los cambios de la historia secular llena de ignominia y violencia. En perspectiva despunta un camino lleno de intencionalidades y obstáculos, en cuyo contexto las derechas han sabido explotar y estimular la desestabilización. En los primeros diez meses el “gobierno del cambio” ha lanzado un bloque de reformas que no han suscitado el entusiasmo esperado, por el contrario, en la actualidad se hallan en stand by, con serias limitaciones en sus contenidos y riesgosas alianzas con sectores del gran capital, avaladas por el FMI y la OCDE. Ahora bien, el asunto crucial es la fractura del “gobierno de coalición” que se subestima como si fuera un azar o una mera “traición”, agravado por los escándalos producidos en la Casa presidencial, en su entorno familiar y de seguridad que tiene al país en un ambiente de incertidumbre y confusión. La tendencia transformadora no logra asentarse en la materialidad de la sociedad y la subjetividad popular, la cual se mantiene entre la expectativa y el desconcierto. En efecto, como ha dicho el presidente Petro, las reformas propuestas “no son radicales” sino la legítima justicia social que reconoce y protege los derechos sociales de los ciudadanos. Las reformas se encuentran atascadas en el Congreso de la República, afectadas, ante todo, por la pérdida de acuerdo político y la ruptura del “gobierno de coalición” con los sectores de la clase política que tradicionalmente ha gobernado a Colombia y ha impuesto un régimen de privilegios y antidemocracia. A lo anterior, se suman un cúmulo de debilidades del gobierno, del Pacto Histórico y de las fragilidades de su propuesta de movilización. El poco entusiasmo por las reformas representa un termómetro clave para la medición de fuerzas y contención de la arremetida de la oposición. En este contexto la derecha y los exiliados del “consenso nacional” han conformado un bloque de entorpecimiento y han “capitalizado” los errores del gobierno y sus fragilidades políticas para bloquear de hecho las iniciativas de cambio que como se ha dicho no son nada “radicales”, pero que revelan el tamaño de la crisis y la reciedumbre del régimen neoliberal. Es previsible que la tendencia de transacciones y concesiones termine convirtiéndose en una suerte de Frankenstein o reformeta que despoje el espíritu de transformación que promete realizar. 

La crisis palaciega de comienzos de junio ha trastornado el “plan de vuelo” del gobierno de Gustavo Petro y tiene hondas consecuencias. Los escándalos, las chuzadas y el suicidio del coronel Dávila han desencadenado vientos huracanados de incertidumbre y cuestionamientos al gobierno, a su entorno familiar y su proyecto político, que alteran significativamente el “curso de acción” del progresismo. La promesa del cambio es difusa y se encuentra en un “bosque de niebla” entre impugnaciones y contradicciones. De hecho, si las reformas no logran despertar el suficiente entusiasmo en la ciudadanía, y si son evidentes algunas limitaciones, no podrá desconocerse el espesor de las transacciones y de las fracturas para su concreción. En sentido estricto, la crisis palaciega no es un affaire, ni un mero contraataque de la conspiración, sino una expresión de la naturaleza turbia de los pactos suscritos con la clase política corrupta y clientelista que ha comandado el régimen oligárquico. La conmoción generada no surge pues como una circunstancia aleatoria o un arrebato caprichoso de una parte del Establecimiento, sino que explicitan la aporía del gobierno de Petro: ganar mayorías con el respaldo de la burguesía rancia y corrupta. Lo que está en marcha es un “curso de acción” que ha colocado la línea dura del Establecimiento que compromete en algunos aspectos su gobernabilidad y afectará directamente los resultados de las elecciones de octubre próximo. En sentido estricto, no existe un “golpe blando”, sino una estrategia envolvente de bloqueo del proyecto progresista para forzar una negociación por lo bajo. Es evidente la pugnacidad y la descalificación sistemática. Tras la crisis de junio el panorama de las reformas se oscurece; mientras tanto los partidos tradicionales y las fuerzas opositoras extienden su acción para ganar terreno y obtener un buen resultado electoral próximo. Quizá el atolladero más duro es trascender las talanqueras interpuestas por el régimen oligárquico que instala una matriz de capitalización de las fragilidades y fracturas. El rompimiento del “gobierno de coalición” catapultó el contraataque de la clase política tradicional que impone un ritmo y una disyuntiva: o Petro y el progresismo conceden y negocian los privilegios e intereses del espectro de la clase política, corrupta y clientelista, o las reformas sociales transitarán hacia un desdibujamiento creciente, hacia una suerte de Frankenstein empequeñecido.

La novedad del momento político consiste en propiciar un “contraataque” frontal de parte de la tendencia antidemocrática de los grupos dominantes y sostener una matriz de desgaste y socavamiento de la credibilidad y la gobernabilidad. De este modo, la oposición aprovecha esta “oportunidad de oro” para la zozobra social, quebrantar espacios institucionales y utilizar los efectos regresivos de las judicializaciones creando acciones temerarias de desestabilización. No obstante, no existe en lo inmediato un eventual lawfare que altere la institucionalidad. Entre otras razones, porque no se registra, por ejemplo, una injerencia directa de la embajada de los Estados Unidos; por el contrario, Petro ha recibido del gobierno de Biden su total apoyo. En plena crisis recibió el respaldo de los organismos financieros internacionales y de la Corte Penal Internacional; mientras que la oposición tampoco ha emprendido acciones violentas contra las fuerzas del gobierno. En ninguna parte se evidencia una parálisis de la administración y gestión de las ramas del poder público. Sin embargo, la pugnacidad, las estrategias de odio y las acciones del Fiscal y de la Procuradora son evidentemente agresivas y buscan cimentar una estrategia disruptiva de la extrema derecha.

https://tubarco.news/tu-barco-bogota/las-marchas-este-7-de-junio-en-colombia-petro-pidio-al-congreso-que-aprueben-las-reformas/

A raíz de la movilización nacional del 7 de junio, el “gobierno del cambio” posiciona dos puntos centrales: 1) refrenda el apoyo de su base electoral y obtiene un apoyo del progresismo internacional, y 2) convoca a reorganizar el proyecto político seriamente lesionado por las fracturas internas y las desconfianzas y llama a la movilización popular, en particular, reclama el despliegue de asambleas populares, reestablece la línea de mando entre el gobierno y la base de la ciudadanía y explicita las responsabilidades de la gestión gubernamental. En este sentido, podría pensarse que el Gobierno Nacional ha desplegado un “giro estratégico” de fortalecimiento y recomposición; sin embargo, vista la situación en conjunto, los alcances del discurso del 6 de junio se orientan a tejer una línea defensiva, sin que ello logre disipar las turbulencias de la crisis. Por supuesto que esta postura se produce en medio de los trastornos ocasionados por la ruptura del “gobierno de coalición”, el transfuguismo de algunos aliados, los personalismos y los escándalos. Además, persiste la tensión de gobernar sin traspasar las “líneas rojas” del Establecimiento y limitar los alcances de la transformación. En este sentido, “lo nuevo” está atrapado en el torbellino del desencuentro y la incertidumbre. 

El “cambio” tiene la maleabilidad de presentarse bajo el humus del socialliberalismo y la fragilidad del proyecto político. Los límites de este pulso de fuerzas se relaciona con dos elementos: 1) la amenaza del Establecimiento de rechazar cualquier trasgresión de la “jaula de hierro” del orden vigente, las inviolabilidad de las “líneas rojas”, tout court, y 2) el cumplimiento de las reformas sociales y económicas que sintetizan algunas demandas populares, sin trastocar la ley de la acumulación de capital, ni la regla fiscal, ni la tasa de ganancia, ni los negocios estratégicos del capital transnacional, ni los poderes del sistema jurídico nacional e internacional, ni el sostenimiento de las burocracias, ni los privilegios del régimen oligárquico. Los grupos dominantes saben que su poder no está en peligro; su derecha se pone en guardia contra una eventual aventura populista. Es un hecho que el capitalismo transnacional y necropolítico no juega al azar, ni alienta disrupciones de ningún tipo. Alentados por los ejemplos regresivos en España, Perú, Brasil, Colombia, México e Italia promovidos por fuerzas neofascistas como Ayuso, Bolsonaro y Boluarte recurren a la subversión antidemocrática y al bloqueo sistemático de los procesos de cambio democrático. 

Por experiencia, el neoliberalismo y el golpismo compulsivo se dan la mano. Y Colombia no es ninguna excepción. En esta línea de pensamiento “lo nuevo” se desenvuelve entre las limitaciones reformistas y la conspiración permanente de la extrema derecha. Es bien claro, por otra parte, ningún progresismo busca trascender el capitalismo, asunto que lo repiten a menudo los presidentes Boric, Petro, Lula, entre otros); y no menos cierto es que el cambio social obliga traspasar las líneas de la potestas neoliberal. Los ejemplos en América Latina son elocuentes: si el populismo irrumpe masivamente y no modifica elementos básicos de la dominación oligárquica, los procesos se empantanan y se trastocan en remedos y ajustes insustanciales. La crisis del capitalismo global y las formas destructivas contra la vida, la dignidad humana y la naturaleza conducen a la humanidad a callejones sin salida. En efecto, se trata de una tendencia reaccionaria mundial que reafirma el atlantismo capitalista, la política guerrerista de la OTAN, la arquitectónica de las grandes transnacionales y de los organismos multilaterales. De modo que si los progresismos reproducen el mismo esquema de dominación el proyecto alternativo queda atrapado como “mosca en una botella”.

De este modo, la estrategia de las derechas en general contra los progresismos apunta a erosionar las posibilidades de cambio y taponar “líneas de fuga” que puedan generar resistencias y luchas contra el poder del gran capital. En este espacio se corre el peligro de bloquear las iniciativas populares como ha procedido la reacción en Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre otros, donde se desboca la matriz de la guerra asimétrica, las tácticas de terror y odio, y se promueve el intervencionismo norteamericano. En Colombia no existe en este momento propiamente un “golpe blando”, lo que no quiere decir que no haya que estar en estado de alerta, porque el ambiente internacional favorable a la extrema derecha y los nacionalismos reaccionarios alienta la estrategia de desestabilización institucional. Lo que ha tomado cuerpo es el contraataque de la oposición y de la vieja clase política para bloquear el proceso de cambio. 

 

El delirium tremens y la dislocación discursiva

A 10 meses de gobierno del presidente Petro, se revela el magma de trastornos, enredos y distorsiones del régimen oligárquico. En la época del capitalismo de la “tormenta perfecta” las élites y los grupos dominantes insistirán en descalificar y deslegitimar el proyecto progresista, lo que no necesariamente implica una acción de carácter golpista, asunto que fuera del “pánico” desatado por los grandes medios de comunicación y la derecha nacional e internacional carece de asidero material. Por supuesto que el libreto negacionista y conspirativo del capitalismo necropolítico intenta someter los procesos de cambio a la inestabilidad y deslegitimación. No cabe duda de que el “hermano lobo” nada concede, ni ofrece compasión alguna. 

El Gobierno Nacional y el progresismo convocan a salir a las calles, a movilizarse y organizar asambleas populares como forma de enfrentar las arremetidas de la oposición y de las derechas; el mensaje se reafirma en establecer la conexión entre el gobierno, la ciudadanía y las regiones como eje del “mandato popular”. La propuesta de la movilización del 6 de junio se dirigió a despertar el entusiasmo necesario y recuperar la línea de movilización de la campaña electoral. Ahora bien, más que un giro estratégico se trata de un movimiento defensivo para contener el contraataque de la oposición. En la escena política se despliega un proceso por recobrar el “estado de ánimo” de la ciudadanía, en un momento de gran crispación sobre un tinglado desfavorable de correlación de fuerzas cambiantes, accidentadas y contingentes. En la sociedad señorial azotada por las violencias y el pragmatismo de la política tradicional, el proceso de cambio evidencia lentitud, fragilidades y equivocaciones que se están pagando a un alto precio. La idea del gobierno es recurrir al pueblo, a los “de abajo”, para soportar el amenazador desplome de su propuesta: busca recomponer la desconexión mediante un procedimiento defensivo. El pueblo se reconoce en sus luchas, en su memoria y en sus experiencias, anhela las cristalizaciones de sus demandas y reacciona con vehemencia y ambivalencia en un escenario marcado por las fracturas e inconsistencias del bloque progresista. El democratismo sensiblemente arraigado en la conciencia y cultura de las luchas sociales, reconocido y potenciado en las movilizaciones democráticas desde mediados del siglo pasado y condensado en la Constitución del 91, ha catapultado el acumulado histórico de luchas democráticas contra las embestidas de la derecha neoliberal. El interrogante consiste en resolver la fragilidad del Pacto Histórico, cuyas disputas electorales, ambiciones burocráticas y personalistas, agravan el intrincado y frágil mapa de las realidades locales y regionales.

En los primeros diez meses el “gobierno del cambio” ha lanzado un bloque de reformas que no han suscitado el entusiasmo esperado, por el contrario, en la actualidad se hallan en stand by, con serias limitaciones en sus contenidos y riesgosas alianzas con sectores del gran capital, avaladas por el FMI y la OCDE. Ahora bien, el asunto crucial es la fractura del “gobierno de coalición” que se subestima como si fuera un azar o una mera “traición”, agravado por los escándalos producidos en la Casa presidencial, en su entorno familiar y de seguridad que tienen al país en un ambiente de incertidumbre y confusión. La tendencia transformadora no logra asentarse en la materialidad de la sociedad y la subjetividad popular, la cual se mantiene entre la expectativa y el desconcierto. 
https://www.infobae.com/colombia/2023/03/10/proceso-de-paz-del-gobierno-petro-con-el-eln-estos-fueron-los-primeros-acuerdos-tras-el-segundo-ciclo-de-conversaciones-en-mexico/

No cabe duda de que la gama de reformas impulsadas confronta algunos aspectos de la política neoliberal y de los poderes del régimen oligárquico que se obstinan en mantener el statu quo y justificar la devastación del capitalismo criminal. En estas condiciones la opacidad del proceso se erige como un obstáculo central, mientras el “mundo de la vida” y las “guías” ideológicas se disuelven en la pragmática que imponen la pasividad, la contemporización y la confusión. Las asambleas populares y la unidad del pueblo-gobierno buscan sustituir esta situación de debilidad estratégica. Es bien conocida la advertencia de Maquiavelo de apoyarse en sus propias fuerzas si el gobernante no quiere verse en apuros; de lo contrario, arriesga su estabilidad y anima el descontento popular. Ahora bien, transcurridos estos meses, la realtà effettuale desborda las predicciones y la consolación de las “almas buenas” de un progresismo como movimiento uniformemente acelerado que pueda franquear la “morbosidad” de la crisis cuyos protagonistas actúan con la ofuscación (soberbia, delirio y agresividad) y la exageración (subjetivismo, chantaje y amenaza) como un delirium tremens de arrebatos discursivos y agresiones paranoicas. Maquiavelo usaba las nociones de fortuna y virtù (ninguna de las cuales se refiere a riqueza, ni a las virtudes morales, en sentido general); subrayando que “el príncipe que solo se apoya en la fortuna se arruina tan pronto como ésta cambia” y la virtù que no siempre es abundante, sucumbe ante la carencia de la estrategia y el desprecio de construir una opción de hegemonía o una utopía. De hecho, las inconsistencias de las fuerzas horadan la consistencia del proyecto alternativo y desfiguran el horizonte de la transformación. Desde esta perspectiva el paso del Rubicón que proclama Petro resulta infranqueable y el progresismo oscila entre la desesperación y la exageración. Lo peor para un “príncipe” es actuar con temeridad y exceso. 

La crisis palaciega de comienzos de junio ha trastornado el “plan de vuelo” del gobierno de Gustavo Petro y tiene hondas consecuencias. Los escándalos, las chuzadas y el suicidio del Coronel Dávila han desencadenado vientos huracanados de incertidumbre y cuestionamientos al gobierno, a su entorno familiar y su proyecto político que alteran significativamente el “curso de acción” del progresismo. La promesa del cambio es difusa y se encuentra en un “bosque de niebla” entre impugnaciones y contradicciones. De hecho, si las reformas no logran despertar el suficiente entusiasmo en la ciudadanía, y si son evidentes algunas limitaciones, no podrá desconocerse el espesor de las transacciones y de las fracturas para su concreción.

En este discurrir ambivalente se generan los altibajos y los desplazamientos dramáticos del “gobierno del cambio”. En particular, para el progresismo resulta contraproducente seguir en la línea inercial de la esquemática tradicional y la estrechez de las corrientes y de los partidos tradicionales y nomenclaturas políticas que desfiguran el sentido y alcance de la estrategia de la transformación “desde abajo”, desde los mandatos populares. La idea es fenomenal, gana adeptos y despierta una discursividad; sin embargo, el predominio de la “democracia vacía” simula en este sentido un socavón infernal. La fortuna (firmeza y solidez de los movimientos, las alianzas y coherencia de la lucha) y la virtud (inteligencia y capacidad de dirección, de previsión e innovación) cuestionan la subjetividad, el modo de gobernar y las articulaciones entre el Estado y la sociedad civil que extienden el momento de creación a la pasionalidad colectiva y al efecto de la voluntad, una suerte de elan (ímpetu) que incentiva la certeza progresista de las reformas y desencadena “lo strappo (tirón, rasgadura), como brecha disruptiva, liberada de la fatalidad y el conformismo del “eterno capitalismo”. Desatar las ataduras de “lo viejo” implica producir un giro histórico de concepción y práctica liberadora respecto del modelo caudillista, burocrático e inercial de las formaciones políticas de factura progresista. 

El camino bloqueado de la “transición”

“Lo nuevo” como “transición” carece de consistencia; no anima a pensarse como momento disruptivo, como un giro estratégico, una suerte dello strappo en un escenario de “guerra de posiciones” que abrace lo alternativo y contrarreste la ley inercial del acomodamiento y el ensimismamiento de “ir a favor de la corriente”. ¿Puede el progresismo traspasar el Rubicón –el chantaje de las “líneas rojas–, o queda aferrado a la transacción limitada y simulada del “capitalismo democrático”? ¿La “transición” se diluye en el pantano de los remiendos, en el aggiornamento, o decide alcanzar la “transformación” como tendencia creadora de lo “nuevo” con una propuesta de “bloque histórico” emergente? Obviamente que se trata de un campo de batalla que redefine las posibilidades de nueva hegemonía y resuelva la “situación paradójica” del progresismo en un contexto de “tormenta perfecta” del capitalismo. El presidente Petro ha tomado el camino de Emaús para esperar el despertar popular y ha escogido un curso de acción “desde abajo”; sin embargo, sus compañeros de viaje del “capitalismo democrático” limitan su alcance histórico: Smith, Keynes, Piketty, Mazzucato, entre otros, no le brindan esa posibilidad de traspasar el horizonte. En particular, Mazzucato, la gurú del “buen capitalismo”, difícilmente ofrece un camino para resolver la crisis del capitalismo global; y mucho menos, busca saldar la deuda histórica del Imperio/capital con Nuestra América. El “capitalismo democrático” es un callejón sin salida. La tragedia del “centro-izquierda” en Italia y las ambigüedades del “progresismo bifronte” en España desvarían la alternativa poscapitalista; en cierto modo, sus desatinos alientan las incertidumbres que el neofascismo tardonacionalista aprovecha ante el quiebre de las izquierdas y de la democracia liberal de Occidente. La idea de “traspasar” explora una línea de creación y organización que confronta la fatalidad del “eterno presente” del capitalismo. La opción de la gurú del “Estado emprendedor” y el horizonte de la hegemonía popular son diametralmente opuestas. En esta última el propósito es situarse estratégicamente en la “guerra de posiciones” como proyecto de unidad y organización, sin concesiones al “capitalismo democrático”. 

Se repite con frecuencia el eslogan según el cual “llegar al gobierno, no es tomar el poder”. A veces se hace uso de él para justipreciar la fatalidad. Las relaciones y diferencias entre uno y otro se estructuran en entramados multidiversos de coincidencias y diferenciaciones significativas. En principio, se puede decir: 1) el gobierno no es una instancia de “trámites” y ejecución de medidas administrativas (suponiendo una gobernabilidad estable), sino un campo de creación e inventiva en la “traducibilidad” del proyecto hegemónico y de las concreciones de una determinada voluntad política plasmadas en una forma de “gubernamentalidad”. Más allá de toda pretensión de neutralidad o instrumentalización se fragua la condensación de poderes reales en el tejido social, la opinión pública y el conjunto de la institucionalidad. La potestas no es un aparataje en el que el gobierno meramente administra las cosas y ejecuta ordenes, sino que “distribuye”, inventa y articula roles, posiciones y funciones que explicitan posturas, intereses y estrategias; y 2) el poder no es una espacialidad inercial, mágica y jerárquica superior que se ubica en la cima de la sociedad y que se conquista como si se tratara de una “vara de premio”. Al contrario de lo que cree el “sentido común”, la política de la transformación se ancla en la terrenalidad de las demandas populares, en la porosidad del tejido social, en el discurrir creativo entre el “arriba” y el “abajo”, en el manejo de las vicisitudes de lo simple y lo complejo que cruza el mundo de la vida, lo “anodino” y la potencia de las prácticas sociales y las experiencias de las comunidades. El poder como figura preminente de los “oligoi”, de los pocos, de los elegidos, de los de “arriba”, impone la ley del “reparto de lo sensible” (Rancière), el desconocimiento del otro, el olvido de la historia, la invisibilización de las víctimas, el empequeñecimiento del poderío de los “de abajo”, la fragmentación de los cuerpos, el desvanecimiento de la creatividad de los lenguajes y el enrarecimiento de la “iluminación” de los saberes. El liberalismo y su teoría de la “división de los poderes” instala el mantra de la democracia formal y adopta genéricamente la relación de “pesos y contrapesos” (siempre en condiciones de desigualdad), cuya legitimidad se edifica sobre la “abstracción” y la “representación”. 

https://www.elespectador.com/bogota/marchas-7-de-junio-en-respaldo-al-gobierno-petro-asi-estan-las-vias-de-bogota/

En esta línea de pensamiento el punto crucial es superar el “bosque de niebla” que atraviesan la ofuscación y el exceso en ambas orillas del espectro político, con la diferencia de que las poderosas fuerzas del capital sustentan su accionar en el mantra de la “democracia liberal” y el orden vigente y las del progresismo se centran en los reclamos cándidos a la clase política tradicional y al gran capital sin disponerse en efecto a quebrar la lógica de la dominación. Esa “utopía”, ese “romanticismo”, ese “vano idealismo” que se repugna reiteradamente por el pragmatismo progresista, termina siendo un bumerang que apuntala la recurrencia del “tiempo presente”. En efecto, el poder se envanece en la “autoridad” y en los privilegios del “orden” y del “mando” que la figura del Deus ex machina otorga sobre el sustento del ordenamiento vigente. En este sentido, las relaciones entre el gobierno, el Estado y la sociedad han constituido una urdimbre de relaciones de fuerzas, posiciones y espacialidades que condensan las estrategias en disputa, los antagonismos singularizados en la materialidad histórica y en los desencuentros del mundo vivencial de las luchas de clases. Los posicionamientos de las subjetividades y la irreductible lucha por la hegemonía disponen los afectos, las palabras, el sentido, la sensibilidad, la memoria, el reconocimiento, las promesas o las demandas de la diversidad del proceso histórico y de espesura de las “mil mesetas” de las subjetividades y territorialidades. De este modo, el poder multirrelacional compendia la amalgama de conflictos, maquinaciones, transacciones y disputas.

Toda obra de gobierno involucra efectivamente la multiplicidad de poderes que no se reducen a la puesta en juego de los dispositivos de la “administración de los hombres o de las cosas”, sino que “producen” imperativos de acción y de enunciación, prácticas, afectos y códigos de obediencia y regulación. En esta perspectiva, el poder trasciende la figuración de la espacialidad, la representación de los sujetos o la disposición omnímoda de los “de arriba”. El poder es irreductible a la “gubernamentalidad”; así como el gobierno puede liberar los límites de su potestas y desatar nuevos caminos “desde abajo”. En la tradición liberal, ambos términos se separan, yuxtaponen y complementan en la policromía de la representación, la jerarquización de los mandos y la distribución de lugares, discursos, cuerpos y lenguajes. Aunque las izquierdas repiten con frecuencia el consabido eslogan de que “el gobierno es una cosa, y el poder es otra”, su uso ha servido muchas veces para justificar la imposibilidad de cambiar el Establecimiento y ocultar la incapacidad y precariedad de las fuerzas de la transformación; y estimulan con ello la cultura del conformista y la fatalista del “capitalismo eterno”. Mantenerse en esta yuxtaposición jerárquica ha contribuido a desatar los apetitos burocráticos, a refrendar un comportamiento simulador y contemporizador. Con ello, surge una situación paradójica irreductible que genera complacencia inercial de fatalidad. De hecho, el Estado, el derecho, la institucionalidad, el sistema de seguridad y el ordenamiento internacional constituyen esferas relativamente autónomas que crean dinámicas y prácticas “ilusorias”, lo que no implica dejar de luchar por su resignificación.

En este ambiente se abre un campo de luchas irreductibles, en las cuales el gobierno progresista no puede quedarse subsumido en la “administración” o en la gestión –lo que no obsta para hacer un “buen gobierno” y realizar a cabalidad la tarea–, sino que la estrategia exige una perspectiva de creación colectiva que trasciende el cumplimiento del programa o la justificación del “orden” imperante. Como quiera que el poder adopta diversas formas y expresiones, el entramado polivalente de relaciones de fuerzas resulta decisivo en la edificación de la hegemonía como centralidad de la política del cambio y la realización del proyecto histórico de las fuerzas alternativas.

En este ambiente se abre un campo de luchas irreductibles, en las cuales el gobierno progresista no puede quedarse subsumido en la “administración” o en la gestión –lo que no obsta para hacer un “buen gobierno” y realizar a cabalidad la tarea–, sino que la estrategia exige una perspectiva de creación colectiva que trasciende el cumplimiento del programa o la justificación del “orden” imperante. Como quiera que el poder adopta diversas formas y expresiones, el entramado polivalente de relaciones de fuerzas resulta decisivo en la edificación de la hegemonía como centralidad de la política del cambio y la realización del proyecto histórico de las fuerzas alternativas. Contrario a lo que podría suponerse de manera equívoca, la hegemonía no conforma ninguna “ley” suprahistórica o “principio metafísico” que emerja como universalidad de la conflictividad, sino que florece en la potencia de la subjetividad creadora de los pueblos, de la multiplicidad de expresiones ontológicas y de las condiciones históricas, de los modos de ser, de la diversidad de los actos, de las disposiciones de la corporeidad combatiente y de la “iluminación” de la luchas estratégicas que conducen, irrigan y vehiculizan los grupos y corrientes fundamentales de la sociedad como “sangre” que recorre la energía vivencial de la voluntad política, como el agua que irriga la territorialidad de las luchas y estrategias. En esta ontología singular el sello distintivo es el pensamiento crítico, la cultura, la educación, la pedagogía y la comunicación. En estas esferas se libra la batalla por la nueva hegemonía que Perry Anderson analiza como “antinomias” desde la pluralidad de los procesos histórico-políticos, los alcances de la dirección intelectual y moral, las prácticas de coerción y consenso y la creación ético-cultural de la sociedad. Sin ello, resulta imposible conformar una voluntad nacional-popular que asuma la responsabilidad de construir la transformación social y democrática. El asunto conflictivo con el progresismo es la insistencia de Petro de llevar a cabo su proyecto sin asumir el reto de la “transición”, que significaría una disrupción, un quiebre estratégico y un salto cualitativo, de lo cual no existe voluntad para trascender como lo intentó con heroísmo y dignidad Salvador Allende y de lo que Chávez buscó una reedición. 

Repensar el horizonte es empezar a traspasar

El gobierno de Petro intenta orientarse hacia el ejercicio de la gubernamentalidad mediante el poder popular como el modo de enfrentar los desafíos de “lo nuevo” y transitar hacia un sistema de “transición” que sobrepuje el Establecimiento y cree las condiciones de una transformación democrática significativa. Visto en perspectiva, en los progresismos de “segunda generación” no está instalada la idea del “cambio de época”, y por ningún motivo se asoma la voluntad de modificar el orden vigente. A lo largo de la historia, ningún “capitalismo democrático” ha creado liberación alguna. Las experiencias se desdibujaron por el impacto de la guerra asimétrica, el terror, la agresión imperialista y la fractura de los procesos políticos alternativos. Cada concesión hecha al gran capital y al imperio minaba la consistencia estratégica del proyecto alternativo. No solo el liberalismo y el “socialismo realmente existente” fracasaron en el empeño de resolver las grandes demandas de la sociedad, sino que los progresismos y las opciones nacional-populistas se detuvieron en el Rubicón y fueron diluyendo las posibilidades de construir una hegemonía disruptiva que superara la colonialidad y la dominación oligárquica. En sentido estricto, en Colombia no hay un proceso material, político, ni cultural de propiciar una transición, así como tampoco existe la estrategia de franquear la línea del “ordenamiento vigente”. Ciertamente algunos aspectos de las reformas podrían posicionar rasgos y zonas de creación. Sin embargo, la renuncia explícita de crear una línea de discontinuidad ha reforzado el “espíritu” de fatalidad en el seno del campo popular. En esta lógica las reformas podrían terminar en un Frankenstein que no conducirían a ninguna “transición”. 

https://www.kienyke.com/radar-k/revolcon-ministerial-explicacion-de-la-crisis-en-el-gobierno-petro

La pregunta clave consiste en dilucidar si el proceso de cambio se atreve a superar el atolladero, a sabiendas de la fragilidad del proyecto político, la ausencia de un “acuerdo nacional” y la carencia de una línea estratégica de traspasar el Rubicón. Esta situación paradójica pone en tensión las fuerzas alternativas y de ella emerge la incertidumbre de la capacidad del progresismo. ¿Podría pensarse entonces en un horizonte de perspectivas liberadoras? ¿Tiene sentido asumir ciertos principios de afirmación creadora? Tres de ellos podrían ser decisivos.

1. Principio de dirección estratégica. Desplegar la voluntad de pasar el Rubicón, con la firme decisión de enfrentar la oposición y las derechas en los distintos campos, sin ruborizarse por la conflictividad, los chantajes y las amenazas de la inestabilidad. 

2. Principio de poder constituyente. Movilizar y organizar la sociedad civil y el movimiento social y popular en perspectiva de reconstituir la subjetividad colectiva, promoviendo la conexión orgánica con el pueblo, sus culturas y expectativas en un proceso de empatía con las luchas regionales, las demandas de los territorios, las experiencias y alternativas de las comunidades. 

3. Principio de hegemonía. Asumir el horizonte de la hegemonía como fundamento de la estrategia del proceso de cambio en los distintos ámbitos de la vida nacional, de la sociedad, de la economía, de la cultura y del Estado. 

Ahora bien, si el progresismo se resiste a traspasar los parámetros del Establecimiento y buscar la transformación de fondo, ¿por qué la ultraderecha desata la furia contra él? Si su mantra es el “capitalismo democrático”, ¿por qué el keynesianismo redivivo es impugnado? En el mundo está en marcha una recomposición del capitalismo por la vía reaccionaria y de devastación global y este no teme ninguna “tentación” revolucionaria, ni siquiera una supuesta alternativa posneoliberal. ¿Por qué entonces repugna tanto cualquier proyecto de “capitalismo democrático”? Se trata del retorno al neokeynesianismo contemporizador que en modo alguno responde a los requerimientos del capital/imperio. La insistencia de transitar esta revitalización del capitalismo despierta la ilusión de regresar al pasado (retrotropía) para revitalizar la idea de un supuesto cambio en el marco del “triunfo eterno del capitalismo”, a sabiendas del capitalismo epocal signado que repugna cualquier transformación democrática. El punto clave es determinar si el progresismo se dispone a emprender el vuelo con alas de hierro fundido o con alas libres y autónomas para vislumbrar el camino y otear el horizonte de la transformación. El dilema está planteado. O transitar los mantras del “reencantamiento” del “capitalismo democrático” o emprender el camino de la disputa por la hegemonía como alma viva de la “guerra de posiciones” contra el Imperio/capital.

.

   Recomendados