
Jorge Gantiva Silva
Filósofo
Universidad Nacional de Colombia
Profesor Titular
Universidad del Tolima
A 100 años de la Marcha sobre Roma: la insolencia de la ultraderecha mundial
(…Sin las conciencias de las multitudes…sin hegemonía …) nuestro país
no podrá superar la crisis actual, nuestro país no será ya, por lo menos
durante doscientos años, una nación o un Estado, nuestro país será el centro
de un maelstrom que arrastrará su vórtice a toda la civilización europea.
Antonio Gramsci, Sobre el fascismo, p. 61
Como si la historia se repitiera, los fascistas se congregan justo en el mes octubre de 2022 en torno a los 100 años de la Marcha sobre Roma coincidiendo con la posesión del nuevo gobierno italiano de Giorgia Meloni, primera ministra, conspicua jefa de la ultraderecha, promotora e instigadora del fascismo que adopta el rótulo de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), el partido mayoritario en las elecciones del pasado 25 de septiembre que aglutinó a las diversas expresiones del espectro ultraconservador. Pareciera que Hegel tuviera nuevamente la razón: la historia se repite, primero, como tragedia y luego como farsa. Tras salir derrotada en la II Guerra Mundial y liquidado el fascismo imperial de Benito Mussolini, Italia parece no aprender ni superar sus traumas de odio y resentimiento. El fascismo fuzzy de que hablara Umberto Eco, larvado, extendido, agresivo y delirante en la fragilidad de la democracia liberal, ostenta el récord de mantener y reproducir sistemáticamente el “imaginario colectivo”, las prácticas simbólicas, ideológicas, sociales, políticas y culturales del fascismo que desencadenó una de las mayores tragedias para Italia y para el mundo, al cual, eufemísticamente y con el propósito de “naturalizar” este evento, llaman “posfascismo”. Estas circunstancias singulares revelan las profundidades de la reproducción secular del desvarío y la “anormalidad” del Belpaese.
Si bien el triunfo electoral de Meloni es significativo al pasar del 4 al 26 % de la votación para su grupo neofascista, en su conjunto, los resultados para la coalición de ultraderecha no representan algo espectacular: escasamente aumentaron unos 200.000 votos. Dadas las connotaciones internacionales y las implicaciones en la configuración del poder en la Italia democrática y antifascista, la hegemonía del discurso ultraconservador, patriotero y antiderechos civiles y sociales constituye un evento regresivo en la larga ola de la contrarrevolución internacional que atravesó el dilatado siglo XX, extendiéndose a las primeras décadas del siglo XXI. El fascismo de Benito Mussolini, derrotado tras la Resistencia y la Liberación en 1945, se resiste a perecer; su líder Meloni, vencedora de los comicios del 25 de septiembre, incita a seguir adelante, a “no bajar la cabeza”; excita el “espíritu prepotente”, vengativo y antidemocrático y enaltece las formas arcaicas de odio, xenofobia y desprecio a los débiles; y se alza hoy con fuerza prepotente en medio de la “naturalización” y la contemporización con el fascismo a través de una historia de concesiones, silencios, traiciones y simulacros del mundo liberal y progresista. Eco denominó ur-fascismo o fascismo fuzzy (diversidad de formas, reiteradas evocaciones, delirios de grupos violentos, simbologías explícitas, recurrente glorificación, ritos, peregrinaciones y sistemáticas agresiones) a la capacidad de esta corriente de “coagular una nebulosa fascista” (Umberto Eco, Contra el fascismo). Aunque el fascismo sufrió una estruendosa derrota en 1945, y la constitución política emanada de la Asamblea Constituyente funda el derecho social democrático y la cultura antifascista, sin lugar a dudas, su fuerza se ha extendido a lo largo de este siglo “grande y terrible” mediante un acumulado de atentados, actos de terrorismo, secuestros y violencia. A la desaparición del comunismo italiano de la escena política, se agrega el agresivo modelo neoliberal que desbarató importantes referentes democráticos y sociales construidos en Italia en el dopoguerra, y, así, diversas formas y expresiones que se han proyectado a través del tiempo han tomado el relevo: Fratelli d’Italia, la Lega de Bossi y Salvini y Forza Italia de Berlusconi como formaciones políticas que defienden, proclaman y consolidan una política de “naturalización” de la ideología fascista, arropada en la simbología nazi, ataviada con el “soberanismo”, el patrioterismo, el ultraconservadurismo y el negacionismo climático. Una suerte de trumpismo de karaoke en el Mediterráneo. Su estandarte es el odio a la democracia, la negación de los derechos civiles, la defensa de la guerra internacional, el rechazo a los migrantes, la condena de la comunidad LGBTI, el desprecio a los pobres y a los débiles. Con todos sus rasgos conspirativos y negacionistas el fascismo eterno italiano de que hablara Umberto Eco resulta una modalidad romana de populismo trumpista, patriotero y reaccionario.
El ur-fascismo, o fascismo fuzzy, es una amalgama de expresiones y formas ideológicas y políticas de las fuerzas retardatarias de la sociedad italiana que han recurrido sistemáticamente para derruir el Estado social de derecho, erosionar la cultura antifascista y suprimir los alcances de la precaria democracia italiana. Centrados en restituir la imagen del Duce y las bondades del régimen de terror, y empeñados en atacar cualquier vestigio de la izquierda histórica obrera, popular y antiimperialista, han levantado el mantra de lucha contra el “neocomunismo” para instalar una plataforma de xenofobia, negación de los derechos civiles y consolidar el autoritarismo. Aprovechándose de la corrupción del modelo demoliberal y de la desaparición de la izquierda histórica, el proyecto de Meloni se propone, entre otras, reversar los logros sociales y democráticos y adoptar el presidencialismo como forma autoritaria de gobierno y regresar a la vetusta italianidad imperial y colonialista.
El triunfo de Giorgia Meloni catapulta la ultraderecha mundial y el neofascismo; convierte los 100 años de la Marcha sobre Roma en la plataforma de reanimación y consolidación del patrioterismo y del ultraconservadurismo, así como de promoción de los nacionalismos y legitimación de la ultraderecha internacional (Hungría de Orban, Polonia, Ucrania, Italia de Meloni, España de Ayuso, Turquía de Erdogan, Le Pen en Francia, Suecia). Además, estimula el pacto geoestratégico del intermarium (integración de los mares que cruzan varias repúblicas exsoviéticas), que levantan como muro de contención de Occidente. En este marco las ultraderechas de Europa y del mundo se congregan en los 100 años de la Marcha sobre Roma para reafirmar su proyecto estratégico de dominio imperial y modelo antiderechos, comenzando con la exaltación y veneración de sus símbolos, figuras y “hazañas”, como lo han expresado los grupos nazi de España, Hungría e Italia, entre otros, vitoreados por Trump, Ayuso y Meloni.
Tanto en Europa como en el mundo capitalista los fascismos se han enraizado y desplegado en virtud de la “naturalización” de la barbarie, de los ataques violentos y el odio a los derechos y a la democracia, articulados con la banalización del terror y el obsceno encanto de los profetas de la “seguridad democrática”, la Patria, la familia y el orden.
El triunfo de Meloni: gobierno ultraconservador y autoritario
Contra la algarabía suscitada por el triunfo de Meloni, los resultados tienen una relevancia en la medida en que configuran un nuevo escenario político en Italia, tras varios gobiernos de la “centroizquierda” atlantista y neoliberal que convirtieron a Italia en colonia gringa del primer mundo, endeudada hasta la coronilla, con una pobreza que sobrepasa los 10 millones de los 40 millones de pobres de Europa; con altos índices de desocupación y violencia social y una fuerte onda migratoria producto de guerras internacionales, exterminio y persecuciones sistemáticas contra los pueblos del Medio Oriente, Asia y África, principalmente.
La votación por la coalición de ultraderecha ‒llamada eufemísticamente centrodestra (centroderecha)‒ alcanzó en el Senado 44,02 % con 112 curules y en la Cámara 43,79 % con 235 parlamentarios, para un total de 447 parlamentarios. Con excepción de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), Meloni quintuplicó su votación con el 26 %; el resto de formaciones políticas disminuyeron significativamente su caudal electoral. Berlusconi y Salvini alcanzaron el 8 % y fracción cada uno. Mientras el denominado centrosinistra (centroizquierda), expresión atlantista y neoliberal, sufrió una fuerte derrota, en parte por la propia reforma electoral que se inventaron (Rosatellum) para favorecer los partidos mayoritarios, en particular al Partido Democrático (PD). En esta ocasión les resultó desfavorable. En efecto, para el Senado obtuvieron 25,99 %, equivalente a 39 curules, y para la Cámara 26,13 %, esto es, 80 curules, para un total de 119 parlamentarios. Del lado de las expresiones populistas, democristianas, del Movimento 5 Stelle (Movimiento 5 Estrellas) se obtuvo el 15,55 % para el Senado, lo cual significa 28 curules, y en la Cámara un 15,43 %, que representa 51 escaños, para un total de 79 parlamentarios. Eventualmente, estas dos últimas coaliciones unidas (“centroizquierda” y “5 Estrellas”) podrían sumar 196 parlamentarios, muy por debajo de los 447 de la ultraderecha.
En su conjunto, los resultados electorales no son nada espectaculares, si además tenemos en cuenta la alta tasas de abstención de la población que superó el 37 %, fenómeno cada vez más recurrente en una nación marcada por la frustración, las traiciones, la resignación y menefreguismo (indiferentismo). En este contexto, se ha enraizado una fuerte sedimentación de la cultura neofascista, derechista y ultraconservadora. A un mes de celebradas las elecciones resulta evidente el talante y la naturaleza autoritaria del nuevo gobierno. El nombramiento de los presidentes ultracatólicos y fascistas de Senado y Cámara, Ignazio La Russa y Lorezo Fontana, émulos del fascismo y adoradores del Duce, como Meloni, desnuda la desfachatez de la ultraderecha. Recientemente, la fuerte fisura con Forza Italia de Berlusconi presagia múltiples forcejeos y reacomodamientos, bien sea por razones burocráticas o bien por líneas estratégicas de radicalidad de las medidas asumidas y/o enfoques doctrinales e ideológicos. Meloni ha mostrado sus “ínfulas” y su “personalidad autoritaria” de control y dominio tanto en la elección de los presidentes de Senado y Cámara como en la conformación de su gabinete. La armadura de Meloni ha suscitado una primera crisis de la coalición de la derecha italiana, postura que “il Cavaliere” de Forza Italia, Silvio Berlusconi, ha calificado de “testaruda, prepotente, arrogante y agresiva”. El gabinete de Meloni está integrado por connotados neoliberales, reaccionarios y neofascistas que enarbolan el programa de los “valores de la familia, la patria y la tradición”, se oponen a los derechos civiles y proclaman el soberanismo converso del atlantismo norteamericano. La “rebelión” contra Bruselas ha quedado aplazada ante la crisis económica mundial y la amenaza de la extensión de la guerra en Ucrania.
Apoyada en el indiferentismo teórico, el revisionismo histórico y el permisivismo político, la democracia de Occidente abonó el terreno y alentó la reproducción exponencial de la ultraderecha mundial. La hegemonía de la oligarquía financiera, el dominio de los massmedia, la distracción y fragilidad de las izquierdas, así como la derrota del movimiento obrero y de la democracia social-antifascista, posibilitaron una suerte de demofascismo para desatar las “guerras civilizatorias, el uso imperial de los “derechos humanos”, el supremacismo blanco y el colonialismo. Efectivamente, la democracia occidental se tornó en una coartada para la guerra, la xenofobia, el recorte de los derechos y la destrucción de lo público y de la vida.
De la normalización fascista a la izquierda ausente
Sin embargo, el que no quiera hablar del capitalismo,
que calle también en lo tocante al fascismo.
Marx Horkheimer
La Europa que había nacido entre colonialismos pavorosos y refulgentes revoluciones, entre guerras de exterminio y esperanzadoras utopías, terminó sepultando la democracia y la ilusión de la emancipación. La decadencia de la democracia liberal, las guerras mundiales, la irrupción del nazismo, el “fascismo eterno”, los recurrentes nacionalismos y ultraconservadurismos desenmascaran un continente paralizado, acorralado y disminuido, ante la actual recesión económica, la crisis climática y energética, la creciente pobreza, las migraciones y el desmonte del Estado social de derecho. Como anota Juan Torres López “La Europa del euro sembró la semilla de la extrema derecha y ya no puede frenarla” (www.publico.es). “En la Europa del euro, la ciudadanía no se puede pronunciar ni deliberar, apenas puede influir, no tiene capacidad para controlar o censurar, y nunca puede decidir. Todo lo que afecta a sus condiciones de vida le viene dado; mejor dicho, impuesto. Y en el único y cada vez más reducido espacio en donde a duras penas puede hacer algo de todo ello, en el de su respectiva nación”, depende de la banca europea y del FMI, concluye Juan Torres. Habría que agregar que USA la constriñe y la lleva al abismo de la guerra bajo el poder imperialista y la invasión de Rusia a Ucrania.
De “madre de revoluciones” a semental de autoritarismos, guerras y fascismos, Europa ha devenido en carnicería de pueblos, campos de xenofobia y odio racial. Un continente nacido del pillaje y de la conquista se ha tornado traumáticamente laboratorio de exterminio, pobreza y desigualdad. Enzo Traverso ha analizado las raíces y debates en torno a los fascismos y ha develado cómo Europa, cuna de la cultura de Occidente, ha devenido en el reino de la ideología völkisch (populachero, violento, ordinario: Hitler, Mussolini o Trump, Ayuso, Orban), negación absoluta de la Ilustración y de la cultura democrática. (Enzo Traverso, La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX, p. 121). Pese a que algunos teóricos del fascismo han considerado que el fascismo es un asunto del pasado, fenómeno superado e irreversible que, a lo sumo, puede presentarse como manifestación nostálgica y simbólica del “desvarío” o “demencia” del pasado nazifascista, Gramsci, Benjamin, Rosa Luxemburg, Mariátegui, entre otros, insistieron, por el contrario, en la conexión entre capitalismo y fascismo, entre democracia y autoritarismo. Aunque pocos previeron que podría revivir y retornar bajo nuevas modalidades, Gramsci reiteró el alcance histórico del fascismo en un contexto de “crisis orgánica” de la sociedad burguesa contemporánea y previó su surgimiento, dada la precariedad de la democracia de Occidente y la debilidad y fragmentación de las “clases subalternas”, agravadas ostensiblemente por la derrota del comunismo y la inexistencia de la opción revolucionaria. En efecto, tanto en Europa como en el mundo capitalista los fascismos se han enraizado y desplegado en virtud de la “naturalización” de la barbarie, de los ataques violentos y el odio a los derechos y a la democracia, articulados con la banalización del terror y el obsceno encanto de los profetas de la “seguridad democrática”, la Patria, la familia y el orden. Apoyada en el indiferentismo teórico, el revisionismo histórico y el permisivismo político, la democracia de Occidente abonó el terreno y alentó la reproducción exponencial de la ultraderecha mundial. La hegemonía de la oligarquía financiera, el dominio de los massmedia, la distracción y fragilidad de las izquierdas, así como la derrota del movimiento obrero y de la democracia social-antifascista, posibilitaron una suerte de demofascismo para desatar las “guerras civilizatorias, el uso imperial de los “derechos humanos”, el supremacismo blanco y el colonialismo. Efectivamente, la democracia occidental se tornó en una coartada para la guerra, la xenofobia, el recorte de los derechos y la destrucción de lo público y de la vida (Zizek, Bienvenidos al desierto de lo Real).
En Italia, particularmente, resulta dramática la situación de las izquierdas. Tras un largo proceso de descomposición ideológica y política y la desaparición del histórico Partido Comunista Italiano (PCI), acentuado en particular por la svolta (viraje, punto de inflexión) de Achille Occhetto, que emprendió la liquidación de esta formación política, el “transformismo” tomó consistencia como práctica política y cultural. De haber renegado de su pasado histórico a la supresión del nombre de “izquierda”; del apoyo a la guerra en la antigua Yugoeslavia y la aprobación de los bombardeos a Belgrado al respaldo de las políticas de privatización y desmonte del Estado social de derecho, la denominada “centroizquierda”, agrupada principalmente bajo el nombre de Partido Democrático (PD), se convirtió en una formación política americanizada, atlantista y neoliberal. Varios analistas coinciden en señalar que el rechazo popular a las listas de la “centroizquierda” obedece al carácter burgués de este partido, defensor de los intereses de los ricos, de la OTAN e indiferente ante la suerte de los pobres y los débiles. En este sentido, su “antifascismo” es más retórico que real (Domenico Losurdo, La izquierda ausente; Luciano Canfora, Metamorfosi; Fabrizio Burattini, “Un resultado poco sorprendente pero perturbador”, 30 septiembre 2022).
¿Podrán las izquierdas del mundo despertar?, ¿se decidirán aprender “latín”? o, como dice Zizek, ¿dejarán de ser “descafeinadas”? y ¿se dispondrán a “romper los huevos” para hacer la tortilla? Si la izquierda se mantiene distante, ausente de los pueblos, de los jóvenes, de las mujeres y de los débiles, en modo alguno podrá ganarse la simpatía, el respaldo y el apoyo popular. A la luz de la historia sabemos que los fascismos se levantan agresivos y destructivos sobre la base de la debilidad del campo democrático y la ausencia del movimiento social.
El grito de la ultraderecha franquista española se resume en su canción: Vamos a volver al 36, en una clara alusión al golpe militar contra la República democrática española en 1936 que desencadenó la guerra civil y la matanza de un millón de españoles. El neoautoritarismo y los chafarotes del mundo tienen puestas sus esperanzas en Meloni y en los 100 años de la Marcha sobre Roma para defender los “sagrados principios” ultracatólicos contra el aborto, los homosexuales, los migrantes y los derechos civiles. En América Latina, Uribe Vélez, Vargas Llosa, Bolsonaro y Macri, entre otros, sueñan con la fantasía de la Iberoesfera de la ultraderecha española y “encantados” con esta ola de derechización y mercantilización de la vida pretenden estructurar la Internacional de la ultraderecha, neofascista. Así como celebran el Día de la Hispanidad (12 de octubre), aniversario del genocidio y del terror colonial, de igual manera convierten los 100 años de la Marcha sobre Roma, más allá de la parafernalia kitsch y prepotente, en una expresión orgánica del proyecto supremacista mundial.
Europa está dormida y el 80 % “está roncando”, sostiene Julio Ocampo (Meloni llega al poder mientras Italia y Europa están dormidas, www.publico.es), y compara esta situación con las reuniones especiales que convocaba el papa Ratzinger en la Curia para tratar los temas especiales, en las cuales se comunicaba en latín, y dado que solo el 20 % de los asistentes hablaba esta lengua, el resto se quedaba durmiendo y roncando. Se dice que fue en este contexto en el que el muy listo y sabiondo papa presentó la famosa dimisión. Precisamente, en la compresión de lo que implica el resurgimiento de la ultraderecha y del neofascismo, ¿podrán las izquierdas del mundo despertar?, ¿se decidirán aprender “latín”? o, como dice Zizek, ¿dejarán de ser “descafeinadas”? y ¿se dispondrán a “romper los huevos” para hacer la tortilla? Si la izquierda se mantiene distante, ausente de los pueblos, de los jóvenes, de las mujeres y de los débiles, en modo alguno podrá ganarse la simpatía, el respaldo y el apoyo popular. A la luz de la historia sabemos que los fascismos se levantan agresivos y destructivos sobre la base de la debilidad del campo democrático y la ausencia del movimiento social. En este sentido, las izquierdas deberán conjurar el hechizo del “latín” y confrontar la sentencia de Occhetto del Senza se e senza ma (sin replicar nada, “es así y ya está”), cuando orquestó la disolución del más grande partido comunista de Occidente, fundado por Antonio Gramsci.
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