
Giso Amendola
Sociólogo
Universidad de Salento (Italia)
El título del libro dice algo sobre el desafío teórico y político al que se enfrenta esta obra de Sandro Mezzadra y Brett Neilson, que busca contribuir a una tarea ciertamente no fácil para un ensayo conceptualmente muy denso compuesto por varios registros lingüísticos, desde la teoría política a la investigación, en contacto directo con el desarrollo de muchas luchas significativas de relevancia global: la yuxtaposición del plural “operaciones” con el singular “capital” expresa bien, de hecho, el intento de pensar juntos la multiplicidad de modos en que el capital organiza su desarrollo (las “operaciones”, precisamente), y los regímenes globales en los que se insertan esas operaciones, y que nos exigen volver a pensar la lógica del capital como unitaria.
No es un intento fácil, pero es políticamente urgente, ya que, frente a las transformaciones de la globalización financiera, la representación del capital ha oscilado entre dos retóricas opuestas. Por una parte, una representación en nombre de la totalización absoluta del capital, dibujado como una especie de Moloch que coloniza completamente el espacio de la vida, y que ya no encuentra ningún exterior que lo obstaculice, ni con el cual esté de hecho obligado a entrar en una relación real: muchos análisis contemporáneos del neoliberalismo, aunque extremadamente útiles para comprender su omnipresencia y para aprender a pensar el neoliberalismo en sí mismo como una racionalidad comprensiva, a menudo han transmitido esta construcción, en torno a la imagen del capital como totalidad, de su omnipotencia, sin más relación con espacios, sujetos, y fuerzas sociales específicos. Por otra parte, a veces simplemente hemos renunciado a identificar su lógica general; de hecho, hemos descartado la posibilidad misma de que se pudiera identificar una lógica de algún modo unitaria, prefiriendo disolver la unidad del capital en sus relaciones de poder fragmentadas, en una serie de diferencias que no se pueden articular ni remontar a ninguna racionalidad global. Una totalización completa y penetrante, signo de una penetración completa del capital en todas las esferas de la existencia, o un abandono del concepto mismo de capital, en favor de un simple mapeo de las relaciones estratégicas individuales de dominación: Operaciones de Capital busca ir más allá de este doble bloqueo.
Mezzadra y Neilson subrayan apropiadamente cómo se ha vuelto imposible pensar en la explotación de una manera simplemente economicista: la explotación en el capitalismo contemporáneo involucra evidentemente toda la esfera de la subjetividad, tanto como para poner en cuestión la posibilidad misma de establecer una distinción clara entre los discursos sobre la explotación y los discursos sobre la alienación. Sobre todo, las modalidades de explotación se caracterizan hoy por una heterogeneidad tal que es imposible rastrearlas hasta una figura estándar, como la del trabajador asalariado.

Evidentemente, estas actitudes teóricas también han sido formas de reaccionar a las derrotas, a la desorientación general de las fuerzas del movimiento obrero frente al capitalismo financiero global y las transformaciones neoliberales. Al mismo tiempo, terminan perpetuando la parálisis. La consecuencia política de estas actitudes es de hecho consolidar el sentimiento de impotencia frente a la autorreferencialidad del capital, produciendo un repliegue hacia la aceptación melancólica del presente o el elogio del margen. Una vez liquidada la capacidad de pensar el capital como un todo y las relaciones entre sujetos y capital, se vuelve evidentemente imposible siquiera pensar en la explotación. La posibilidad de rebelarse contra la opresión como tal ciertamente sigue existiendo; sin embargo, se vuelve muy difícil razonar sobre la relación entre las diversas figuras de opresión, destacar su denominador común y elaborar estrategias políticas adecuadas de conexión y coalición.
Con una imagen muy eficaz, Mezzadra y Neilson recuerdan el proyecto interrumpido de Sergei Einstein, en los años 1920, de llevar a la pantalla El Capital de Marx: es necesario ‒señala el director‒ superar completamente la lógica del plano, para proceder en cambio, como el Ulises de Joyce, a la “formación de asociaciones”. De la pimienta en la cocina de la mujer obrera pasamos a la cayena, al chovinismo francés, a la guerra, etc. (pp. 83-84). Siguiendo el rastro de estas asociaciones operativas de las diferencias, el libro de Mezzadra y Nielsen intenta reaccionar a esta incapacidad teórica de pensar –juntos– la unidad del capital y las diferencias que animan sus formas contemporáneas: las operaciones del capital, precisamente, permiten identificar las lógicas de las conexiones capaces de funcionar a través de las diferencias. Al mismo tiempo, como lo deja bien claro el subtítulo elegido para la edición italiana, comprender el modo de funcionamiento del capitalismo contemporáneo –identificado por los autores en la prevalencia de diferentes formas de extracción– ayuda a releer el concepto de explotación, sin abandonarlo, como se ven obligados a hacer quienes creen poder descartar las investigaciones sobre la lógica unitaria del funcionamiento del capital y de la propia valorización capitalista.
Ahora es evidente cómo los métodos y las condiciones de explotación han cambiado radicalmente en comparación con los del capitalismo industrial. Mezzadra y Neilson subrayan apropiadamente cómo se ha vuelto imposible pensar en la explotación de una manera simplemente economicista: la explotación en el capitalismo contemporáneo involucra evidentemente toda la esfera de la subjetividad, tanto como para poner en cuestión la posibilidad misma de establecer una distinción clara entre los discursos sobre la explotación y los discursos sobre la alienación. Sobre todo, las modalidades de explotación se caracterizan hoy por una heterogeneidad tal que es imposible rastrearlas hasta una figura estándar, como la del trabajador asalariado.
Para Mezzadra y Neilson, reconquistar el concepto de explotación (aunque transformándolo radicalmente) es un paso teórico y político esencial para mantener unidas las dos caras en las que opera el capital contemporáneo: la tensión continua que pone en juego la vida individual, las diferencias, las especificidades y, juntas, la capacidad de capturar la cooperación social como tal, la red de relaciones sociales en su conjunto. Si la organización tradicional del capitalismo industrial, en la organización fabril, componía la dimensión de la explotación del tiempo de trabajo del trabajador individual con la explotación de la cooperación social en su conjunto, organizando técnicamente y comandando políticamente la cooperación, en el capitalismo contemporáneo las operaciones del capital permiten extraer valor directamente de la cooperación social: más que organizar completamente la cooperación, el capital la “encuentra”, así como, de maneras diferentes y en contextos diferentes, encuentra los diferentes recursos cuyo valor captura. La centralidad de estas operaciones de extracción no significa, sin embargo, que el capital asuma un papel parasitario: las operaciones del capital articulan continuamente esta extracción de valor con la organización –tecnológica y política– de la explotación de las diversas figuras que componen la fuerza de trabajo. La extracción, las finanzas y la logística son buenos ejemplos de las principales operaciones del capital, todas las cuales muestran esta lógica: combinan la explotación del trabajo con la capacidad del capital de extraer valor directamente de la cooperación. En términos marxistas, las operaciones del capital articulan continuamente la subsunción formal y la subsunción real, tratando de asegurar su difícil combinación de vez en cuando y de diferentes maneras.
Esta combinación de explotación y extracción se produce sin producir necesariamente una unidad tradicional, una síntesis superior, sino más precisamente asegurando que las diferencias trabajen juntas, estén conectadas operacionalmente de tiempo en tiempo, según esa “axiomática” que Deleuze y Guattari habían identificado en Mil mesetas como la lógica global que regula las conexiones tanto de los mecanismos operativos del capital contemporáneo como de las máquinas de guerra que continuamente evaden esos mecanismos y los exceden. Lo esencial, sin embargo, es que estas conexiones operativas muestran cuán completamente inadecuada es la imagen de una “autorreferencialidad” del capitalismo financiero. La axiomática de las operaciones del capital, de hecho, reproduce continuamente los encuentros del capital con sus “exteriores”. La conexión entre operaciones siempre tiene relación con lo que la excede. El capital articula su diferencia (interna), pero al mismo tiempo esta articulación “se desborda” para capturar lo que no está plenamente disponible para el capital, lo que el capital “encuentra”.
Para Mezzadra y Neilson, reconquistar el concepto de explotación (aunque transformándolo radicalmente) es un paso teórico y político esencial para mantener unidas las dos caras en las que opera el capital contemporáneo: la tensión continua que pone en juego la vida individual, las diferencias, las especificidades y, juntas, la capacidad de capturar la cooperación social como tal, la red de relaciones sociales en su conjunto.

Retomando evidentemente un tipo de reflexión que se origina en los análisis de Rosa Luxemburg sobre la acumulación, y que funciona muy bien como antídoto a aquellas representaciones que insisten en la perfecta y solitaria autorreferencialidad del capital de la que hablábamos al principio, el texto sigue este movimiento de conexión a lo largo de todas las cadenas a las que dan vida las operaciones extractivas, logísticas y financieras: un movimiento de fricción continua del capital con aquello que no está directamente organizado y dispuesto por el propio capital, sino que funciona como su “afuera”. Para Mezzadra y Neilson, sin embargo, los “exteriores” del capital nunca son exteriores absolutos, zonas abstractamente externas con respecto a la subsunción capitalista. La logística, las finanzas y la extracción ciertamente funcionan de manera que sacan a la superficie la subsunción formal marxista, el encuentro con un valor capturado en lugar de producido directamente por el capital. Las operaciones del capital, por un lado, los movimientos y resistencias por el otro, intervienen continuamente para redefinir las líneas fronterizas, las formas y los filtros a través de los cuales el capital encuentra los nuevos terrenos de acumulación, que nunca son lugares de inmaculada pureza “precapitalista”, sino siempre terrenos de conflicto.
Los autores vuelven varias veces, en relación con este encuentro tan tenso entre el capital contemporáneo y sus múltiples “exteriores”, a un pasaje de los Grundrisse en el que Marx describe el proceso de expansión del mercado mundial: en este proceso, escribe Marx, cada límite es para el capital “un obstáculo a superar”. De este encuentro continuo con sus “límites”, los autores subrayan juntos el momento de la apertura del capital agregado (traducción de Gesamtkapital que los autores prefieren a la traducción inglesa más habitual de capital “total”, o a la traducción italiana como capital “comprehensive”, precisamente para subrayar el movimiento interno de una unidad de capital que no es en absoluto “totalizable”) a aquello que no está directamente organizado por el propio capital y, al mismo tiempo, la multiplicidad y densidad de las operaciones a través de las cuales el capital cruza estos límites e intenta continuamente superarlos. El ejemplo de la reproducción social es muy claro –y central– a este respecto: por un lado, el capitalismo contemporáneo se cruza continuamente con una enorme red de afectos, cuidados y reciprocidad, un trabajo reproductivo hacia el cual empuja continuamente sus límites.
Ciertamente, la reproducción social es en gran medida autónoma y distinta de los procesos de mercantilización y monetización: es un ejemplo decisivo del “afuera” del capital, aunque evidentemente no sea el único. Pero –insisten Mezzadra y Nielsen– “los límites del capital no deben entenderse como territorios sociales o físicos intactos” (p. 126). El capital está en continua relación con su exterior, tiene una relación muy tensa con los recursos naturales que consume, así como con la esfera de la reproducción social, con las subjetividades, los conocimientos y los afectos que componen el trabajo vivo: por un lado depende de ellos y encuentra su autonomía; por otra parte, atraviesa sus afueras colonizándolos continuamente, en su función de dominación y expansión, influyendo a través de una acción a la vez técnica y política sobre la producción de subjetividad. El sentido del genitivo aquí es doble, y aclara bien la relación entre subjetividad y capital: juntos, el capital produce subjetividad, organiza la cooperación “abstrayéndola” de la composición del trabajo vivo; Por otra parte, lejos de estar autorreferencialmente cerrada, está continuamente atravesada por la cooperación.
Entre el trabajo vivo y la cooperación, está el trabajo continuo de las operaciones del capital y, por otra parte, el de las resistencias y fricciones en las que se injertan estas operaciones. Los autores insisten mucho en este punto: cooperación y fuerza de trabajo no coinciden. El capital organiza la cooperación cruzando continuamente las subjetividades heterogéneas que componen la fuerza de trabajo. Por su parte, la fuerza de trabajo, precisamente a medida que la producción cooperativa se hace más fundamental, a medida que emerge el aspecto directamente social y relacional de la productividad, se encuentra en una condición de fragmentación y aislamiento, si se observa la condición de las subjetividades individuales que la componen. Un ejemplo muy indicativo: la importancia del trabajo de los jinetes reside enteramente en la capacidad algorítmica de abstraer, coordinar y poner a funcionar la cooperación como tal, pero la distancia entre la percepción subjetiva del propio trabajo como aislado y la fuerza productiva de esa cooperación nunca ha sido mayor.

El tema de la organización política se sitúa precisamente en esta “brecha”, entre el gran aislamiento y la fragmentación de la fuerza de trabajo y una capacidad igualmente formidable de desarrollar la cooperación, luego capturada y puesta a trabajar por el capital. Haber seguido las operaciones del capital a lo largo de los modos de conexión que componen el capital agregado, pero también a través de los modos continuos y conflictivos mediante los cuales estas operaciones “tocan tierra” en los múltiples afueras del capital, nos permite repensar la acción política colocándola en el punto de contacto entre la heterogeneidad y fragmentación de la fuerza de trabajo y la composición/abstracción de la cooperación social. Las operaciones del capital han resultado ser políticas y no meramente económicas o tecnológicas: la forma en que encuentran, capturan y organizan la cooperación constituye una verdadera y propia política del capital. Una vez más, los debates fundamentales sobre la omnipresencia de la racionalidad neoliberal corren el riesgo de pasar por alto este punto y caer en una representación del neoliberalismo como la consumación de la política y el triunfo de la racionalidad económica. La cuestión es, en cambio, que el capital desarrolla su propia política; de hecho, reinscribe el significado de la acción política a través de las operaciones de conexión y encuentro que hacen que la extracción, la logística y las finanzas funcionen. Es inútil pues imaginar un “retorno” de la política o del Estado que “ponga de nuevo en su sitio la economía neoliberal”, redescubriendo la decisión política y la capacidad de planificación. El Estado, por su parte, ciertamente no está agotado ni extinto, sino que se reinserta en las cadenas globales, transformado y remodelado por las operaciones del capital, de modo que resulta completamente utópico pensar en una política del conflicto que gire en torno a su reconquista.
En las páginas finales, muy tensas, Mezzadra y Neilson intentan transportar el concepto de operación desde el análisis del funcionamiento del capital a un replanteamiento más general del sentido y de la temporalidad de la acción política misma: la operación es al mismo tiempo una actividad de intervención y de transformación, en una palabra performatividad, y una intersección con el exterior, un encuentro con el acontecimiento, o, en otras palabras, con la trama de sus efectos que estratifica y consolida. La acción política debe reconstruir este ritmo: por una parte, se trata de consolidar las instituciones de cooperación, dando a las potencialidades cooperativas, afectivas, de conocimiento y de cuidado que constituyen esos afueras que el capital encuentra continuamente pero que no le pertenecen la capacidad de perdurar en el tiempo y de estructurarse. Por otra parte, a partir de experiencias organizativas capaces de cerrar progresivamente la brecha entre trabajo vivo y cooperación, es necesario desarrollar conexiones y traducciones capaces de experimentar “una política capaz de abordar las operaciones del capital a nivel de su impacto sobre los tejidos abigarrados de la vida cotidiana” (p. 350). Aquí, la política se mantiene lejos de cualquier reductio ad unum: la unidad precaria y abierta del capital agregado global debe ser abordada mediante la creación de instituciones para estabilizar la existencia de un poder dividido, entre contrapoderes al menos parcialmente autónomos e instituciones del poder dominante: no es casualidad que el libro termine con el discurso del líder de los Ciompi, “inventados” por Maquiavelo en las Historias florentinas , una revuelta en la que un joven Simone Weil, todavía cercano al sindicalismo revolucionario, había vislumbrado el surgimiento del dualismo de poder como un “fenómeno esencial de las grandes insurrecciones obreras” (p. 351).
Esta investigación de Mezzadra y Neilson es capaz de darnos una idea de cómo, en el corazón de las operaciones simultáneas de abstracción y extracción de capital, existen también, casi en segundo plano, las condiciones para una política de composición de lo común y para consolidar a través de ella experimentos institucionales de contrapoderes duraderos, que amplíen los espacios quitados a la explotación y amplifiquen, al mismo tiempo, las posibilidades de una acción política realistamente eficaz. El éxito de este doble movimiento estará ligado a la capacidad de arrebatar el derecho exclusivo de la capacidad de abstracción a las operaciones del capital, y ser capaz de pensar una reinstalación de las capacidades de abstracción y de “operacionalidad” en el corazón de los espacios y tiempos de la cooperación social: el intento, en la conclusión del libro, de repensar la performatividad de la acción política misma, y su relación con el tejido de tiempos, sujetos y acontecimientos en el interior de los cuales se produce esa performatividad, de reinventar la conexión entre el tiempo de la performatividad y el tiempo del acontecimiento, me parece ser la indicación, para futuros trabajos, de un horizonte de investigación y de transformación política urgente para poner fin a la internalización de demasiados elementos de estasis y de retirada.
Esta investigación de Mezzadra y Neilson es capaz de darnos una idea de cómo, en el corazón de las operaciones simultáneas de abstracción y extracción de capital, existen también, casi en segundo plano, las condiciones para una política de composición de lo común y para consolidar a través de ella experimentos institucionales de contrapoderes duraderos, que amplíen los espacios quitados a la explotación y amplifiquen, al mismo tiempo, las posibilidades de una acción política realistamente eficaz.
* Esta reseña sobre el libro Operaciones del capital, publicado inicialmente en inglés (Sandro Mezzadra y Brett Neilson, 2019, The Politics of Operations. Excavating Contemporary Capitalism, Duke University Press, Durham y London) y luego en italiano (manifestolibri, Roma, 2021), se ha tomado de la página de Euronomade (25 de noviembre de 2021), por estimarla de utilidad para analizar las nuevas formas de la explotación capitalista y contribuir a la comprensión y debate sobre los rasgos del capitalismo contemporáneo.
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