
Jorge Gantiva Silva
Filósofo
Universidad Nacional de Colombia
Profesor Titular Universidad del Tolima
I
Si en el perenne fluir de los acontecimientos es necesario fijar conceptos sin los cuales la realidad no podría comprenderse, también es necesario, y de hecho es imprescindible, fijar y recordar que realidad en movimiento y concepto de la realidad, si lógicamente pueden ser distintos, históricamente deben concebirse como unidad inseparable.
Gramsci, Cuadernos de la cárcel
Slavoj Zizek utiliza la noción “situación de paralaje” para aludir al proceso paradójico de una relación dispar, contradictoria y ambigua, en la cual dos formas se truecan en torno a un mismo fenómeno. No se trata de un dualismo, ni de una analogía artificial o una manifestación de la apariencia. En absoluto se refiere al típico relativismo, ni al genérico “lugar de enunciación”. Tampoco se refiere en general a la disputa entre dos puntos de vista, sino a la redefinición del proceso mediante el cual se desplazan los sujetos y adquieren sentido las perspectivas en cuestión. La cuestión de paralaje es el modo cómo procede el antagonismo en medio de la disposición de las fuerzas, los precipicios, los contrasentidos y las antinomias. ¿Es posible preguntarse si las izquierdas y el progresismo latinoamericano, y colombiano en particular, reconocen “situación de paralaje” en el despliegue del acontecimiento vivencial de la “tormenta perfecta”? O, dicho de otra manera, ¿por qué al “cambio” le cuesta cambiar y desafiar el límite? O, mejor, ¿por qué reafirma su intención de generar la transformación bajo la figura de legitimación del statu quo? Si el cambio desafía las estructuras imperantes y anquilosadas, ¿por qué no logra saltar sus propias barreras? Su “situación de paralaje” es demasiado tenue o encubierta para comprender que hay que ir más allá de la tozudez de la realidad y de la imprescindible “correlación de fuerzas”. Al aferrarse al modo de pensar pragmático y conformista de seguir el curso de la indomable realidad cosifica la forma travestida del socialliberalismo –tendencia espuria de la globalización neoliberal‒ que se entretiene con el canturreo de no pertenecer al mundo de la “izquierda” y despreciar el canto de la “revolución”.
La “situación de paralaje” emerge ante el choque disyuntivo de posicionamiento estratégico del proceso político del “cambio”, que se ampara, de un lado, en las objetivaciones del umbral de la diferenciación estratégica sin superar los límites de la obstrucción oposicionista y, de otro, en conservar las prácticas y procesos que disipan la concreción social y material de las transformaciones sin traspasar las talanqueras del statu quo y sin perfilar un horizonte que marque realmente la hegemonía popular anticapitalista. La “situación de paralaje” interroga al progresismo precisamente ante la bifurcación entre el despliegue de las fuerzas que pugnan la superación del statu quo mediante la afirmación de la democracia participativa y popular y la periódica pesadilla de “ir con la corriente”, concertar acuerdos por arriba, privilegiar intereses y negocios con el Establecimiento y validar pactos con fuerzas tradicionales del poder instituido, algunos de las cuales con vínculos non sanctos. La pregunta de Zizek es sencilla. ¿Se pueden comer “huevos fritos” sin romperlos? La oligarquía y el gran capital actúan, en medio de sus propias contradicciones, de modo “coherente” al haber persistido en bloquear sistemáticamente cualquier reforma o iniciativa de cambio que trastoque su poder estructural y sus intereses. Como es usual, las clases dominantes acudieron al chantaje “catastrófico”, al miedo y al choque, a la descalificación mediática y al obstruccionismo parlamentario. La oposición de derechas recurrió a la impugnación y procedió a un trabajo de demolición estratégica y desencadenó dispersos procesos de movilización e impugnación. A sabiendas de las limitaciones de las reformas, el Establecimiento se mantuvo recalcitrante ante estas iniciativas evidentemente parciales e incompletas.
Desde los inicios del gobierno la oposición se planteó una estrategia de demolición del proyecto reformista. Operó principalmente en tres frentes: judicial, parlamentario e ideológico. En los dos primeros se llevaron a cabo las duras confrontaciones políticas y macroeconómicas, se evidenciaron las diversas derrotas y emergieron las múltiples debilidades. En el frente ideológico, el vacío y la precariedad son enormes, asunto que con frecuencia se menosprecia reduciéndolo a la falta de medios de comunicación o a la carencia de una estrategia comunicativa y, sobre todo, al descrédito de las ideologías, del pensamiento y de la cultura, consideradas muchas veces como aleatorias, secundarias e innecesarias, sin desconocer el impacto de las transformaciones del conocimiento y de las tecnologías. Así mismo, las propias fuerzas del “cambio” han estado asediadas por el “fuego amigo”, con serias incongruencias, desatenciones y equívocos estratégicos. La figura del “caballo de Troya” puede utilizarse para demostrar el trabajo de “demolición”, ya sea en el orden ideológico, estratégico o político. Así mismo, este “caballo de Troya” opera con la inmarcesible presencia del Establecimiento (Samper/Santos), así como la penetración de la tecnoburocracia de la “progresía” tradicional. En este sentido, el despliegue de sus iniciativas choca con la realidad implacable de una recurrente ambivalencia: mientras que la “situación de paralaje”, el escenario de disputa, se radicaliza, las fuerzas en tensión se reacomodan y el escenario se torna agonístico. A un poco más de un año de concluir el período presidencial, la oposición de derechas ha trazado una estrategia de antagonismo ante cualquier proyecto del “cambio”, salvo aquellas medidas que eventualmente pudieran serle favorable. En concreto el proceso de convocatoria de la Consulta Popular será una disputa a campo abierto que efectivamente significará un posicionamiento estratégico para las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales de 2026. En este sentido, la “situación de paralaje” se torna compleja, conflictiva y discursiva sobre las interpelaciones que otorgan nuevo sentido y concreción.
Slavoj Zizek utiliza la noción “situación de paralaje” para aludir al proceso paradójico de una relación dispar, contradictoria y ambigua, en la cual dos formas se truecan en torno a un mismo fenómeno. No se trata de un dualismo, ni de una analogía artificial o una manifestación de la apariencia. En absoluto se refiere al típico relativismo, ni al genérico “lugar de enunciación”. Tampoco se refiere en general a la disputa entre dos puntos de vista, sino a la redefinición del proceso mediante el cual se desplazan los sujetos y adquieren sentido las perspectivas en cuestión. La cuestión de paralaje es el modo cómo procede el antagonismo en medio de la disposición de las fuerzas, los precipicios, los contrasentidos y las antinomias.
En el progresismo la “revolución” desapareció y el “socialismo” se convirtió en un fantasma del pasado. La opción de cambio se asienta entonces en el posibilismo socialliberal y en el regateo de reformas parciales e incompletas. Tras décadas de discusión estratégica las izquierdas y el progresismo acogen el postulado de lo políticamente incorrecto y desechan cualquier preocupación estratégica. Desde la AD-M19, pasando por el PDA, hasta llegar al programa identitario de las izquierdas, el proyecto de sociedad se asentó en la visión centrista, electoral y representativa de la democracia formal y su encantamiento del “continuum” del orden capitalista. Tras el fracaso del “socialismo real” y la derrota histórica de las insurgencias armadas, en Colombia, en particular, se adoptó la antipolítica de lo “políticamente incorrecto” como expresión de una práctica obsesiva por situarse en el espectro de la institucionalidad vigente. Evidentemente el proyecto del cambio ha basado su accionar en su posicionamiento burocrático y el reconocimiento en la lógica tradicional del poder. Desde este punto de vista, podría decirse que las derechas entienden que la magnitud de la “situación de paralaje” requiere de la mayor hegemonía, mientras el proyecto del cambio sigue atascado en el atolladero de la crisis epocal y atrapado en la “tempestad perfecta”. Al no pisar siquiera el umbral, su adversario reclama para sí la iniciativa y la radicalización. De igual manera, mientras la oposición de derechas se reafirma en el mantenimiento del orden, la seguridad y la democracia formal, las izquierdas se empecinan en preservar sus particularismos identitarios y el acomodamiento en el orden vigente. En su conjunto, el progresismo latinoamericano redunda en esta discursividad bajo los mantras de la “separación de la economía de la política”, la “perennidad” del sistema capitalista y la exaltación del pragmatismo. En la revista Izquierda y en Cuadernos Bolívar Vive hemos arriesgado a caracterizar el “gobierno del cambio” como un progresismo constreñido, toda vez que predomina su tendencia limitada y parca del reformismo, cuyas prácticas y formas de gestión se explicitan entre el socialliberalismo y el institucionalismo de los poderes establecidos. Sus elementos progresivos tienen una perspectiva de alcance medio e incompleto. En el campo internacional cabe reconocer su importante batalla contra el Imperio y la agresión política y comercial del gobierno estadounidense (defensa de la integración de América Latina y del Caribe, rechazo al bloqueo a Cuba y Venezuela, respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos), aunque en cada uno de los países las reformas están a medio camino o han quedado truncas. En general, el “cambio” se encuentra distante de la idea de dar un giro estratégico para ahondar el reformismo y conseguir una profundización de la democracia que las reformas sociales no alcanzan a realizar, ni despertar el suficiente entusiasmo de la población.
Salir del atolladero del momento político exige un replanteamiento de fondo y exige un pensamiento estratégico que despliegue la creatividad y la fuerza para superar los escollos y las contingencias, lo que significa producir una articulación viviente de hegemonía que sortee el torbellino del momento político. Es evidente que, si mantiene la coherencia, cada lucha que se libre adquiere el valor de la victoria. Ante todo, esta consistencia estratégica podrá conducir, organizar y movilizar la pluralidad del sujeto político, ampliar las fuerzas del campo popular, promover la hegemonía de la transformación y suscitar un escenario favorable para la continuidad y la transformación. Toda pérdida de coherencia es una ventaja para el adversario, que se empecina en combinar neoliberalismo con conservadurismo reaccionario.
El fracaso de la “Paz Total” ha llevado al gobierno del cambio a responder con una estrategia de “guerra total”, la cual resulta incongruente con su programa e ideario de gobierno y genera confusión y rechazo ante la propuesta de rearme (compra de los aviones suecos) y militarización de regiones enteras, cuando precisamente el mundo clama paz. En términos globales, ¿por qué la paz, bandera central del progresismo, ha sucumbido ante el rearme, la militarización y la guerra? ¿Acaso el cambio no previó las dimensiones estructurales del conflicto interno y de sus múltiples actores? En este sentido, el cambio repite la historia, no se diferencia de los anteriores gobiernos; y de este modo desestimula al campo popular. La oposición de derechas ha advertido insistentemente el peligro de traspasar las “líneas rojas” del ordenamiento vigente, justamente para contener la posibilidad de la transformación democrática. En general, el progresismo reproduce la lógica metabólica del capital, desestima pasar el umbral y carece de interés para moverse en los espacios y grietas del vetusto régimen capitalista, hacendatario-señorial. El equívoco de priorizar el “acuerdo nacional” solapó los arreglos por arriba y los privilegios de la tecnoburocracia. Las limitaciones en este campo son evidentes, no solo porque construir desde abajo requiere articular procesos de organización y formación de las subjetividades plurales, sino porque se acrecentaron las debilidades en la gestión y administración del gobierno en momentos en los cuales la población vive en su mayoría en la informalidad, el desempleo y la pobreza. Mantener la “regla fiscal” y acogerse a la auditoría de las corporaciones y de las instituciones financieras internacionales, es un requerimiento del statu quo cuyas políticas y modelos recrudecen la situación de vulnerabilidad y desigualdad de los pobres y de los de abajo, mientras siguen intactos las estructuras y los privilegios de la burocracia, los grandes negocios, el lobby internacional y los abusos del clientelismo y la corrupción.
Los programas sociales, bloqueados y descalificados por los grupos gobernantes, han tenido serias restricciones económicas y financieras que minan el entusiasmo en el “alma popular”, además afectan la aprehensión y empatía de la ciudadanía y de los sectores populares. De igual manera, en el campo político el progresismo sido demasiado maleable e incongruente en sus propuestas convocantes, tales como la iniciativa del proceso constituyente pasando por la movilización social y popular hasta la reciente formulación de la Consulta Popular que revelan una permanente variabilidad e improvisación del ejecutivo, sin desconocer las trabas y dificultades interpuestas por la oposición (minoría en el Congreso, trabas jurídicas y límites políticos, como el umbral). El punto crucial consiste en saber dirimir la controversia en las elecciones parlamentarias y presidenciales y ganar el consentimiento de la mayoría de la población (13 millones de votantes). Al momento se trata de una votación de alto riesgo que de perderse compromete el proceso de convergencia y sus posibilidades electorales, acrecentado con la apatía, la abstención electoral y la amenaza del desenlace catastrófico por parte de las derechas.
La “guerra interna” ha descarrilado las posibilidades de alcanzar la estabilización y la cimentación de la agenda de transformación. En el fondo, el panorama se ha tornado incierto en un juego de recambios, concesiones y equilibrios que busca redefinir la estrategia, con el bloque de las derechas asediando la opción del cambio y avivando el viento revocatorio del Establecimiento. Ciertamente, el momento es de agudo enfrentamiento. ¿Qué camino tomar en un escenario de bloqueo y colapso de la salida democrática para la transformación? ¿Cómo superar los límites de la actual coyuntura y las debilidades del bloque popular? ¿Puede el progresismo salir del atolladero en estas condiciones de limitaciones? No hay que olvidar que Colombia es un país prototipo, excepcionalmente rebelde y tradicionalmente conservador y reaccionario, con una usanza de la violencia y de la servidumbre cultural. En un momento de turbulencias cuentan los acumulados, las experiencias y los procesos de organización a la hora de las definiciones. A cada grado de ofuscación y tensión se incrementará la crisis institucional y se ahonda el estado de ánimo de polarización y desestabilización. Las diversas maniobras, manipulaciones y turbaciones sociales acentuarán el lenguaje agresivo, acrecentarán los retruécanos de los procesos judiciales y surgirán las eventuales intromisiones de la presidencia imperial de Trump. El propósito nacional de la paz y la “reconciliación” han quedado en suspenso, entre otras razones, porque los acuerdos de paz han sido irrespetados por el propio Estado y los grupos dominantes, además de las limitaciones al quedar “cabos sueltos” de lo pactado; muchos actores armados retornaron a la acción violenta, se ampliaron las “economías ilícitas”; así como, las fuerzas y expresiones de la paz quedaron subsumidas a la iniciativa del gobierno nacional, afectadas por la improvisación, las incongruencias y la desafortunada orden de guerra.
En un ambiente de radicalización de los proyectos históricos puestos en “situación de paralaje”, las turbulencias desencadenadas tienden a conformar una “tormenta perfecta”, con los consabidos riesgos de desahogo popular, excitación de la violencia e incertidumbre de las fuerzas en tensión que revelan grandes debilidades, alimentan la pasionalidad y la impugnación sistemática. En este sentido, el cuadro de ambigüedad que ofrece esta “situación de paralaje” deviene en un escenario complejo en el cual el fenómeno dominante es la precariedad de las fuerzas contendientes. Suspendida la posibilidad de “acuerdo nacional” la batalla insinúa agudos conflictos y formas no democráticas de debate y confrontación. A diferencia de quienes creen que las derechas tienen ganada la “partida”, lo cierto es que la disputa adquiere ribetes excepcionales en la historia reciente del país. Entre tanto, el progresismo con sus limitaciones y ambivalencias podría caer en un contraproducente triunfalismo que no solventará sus dificultades políticas y organizativas, entre otras cosas, porque los partidos de la coalición del cambio carecen de una unidad consolidada, predomina un ambiente de fragmentación y desconfianza que les impide enfrentar unitariamente el proyecto estratégico de las derechas y, aunado a lo anterior, predominan terriblemente la mentalidad de la “representación”, el modelo centralista de gestión y organización, la sobredeterminación del caudillismo que devora la acción colectiva y conlleva un mar de conflictos que el adversario aprovechará para minar su consistencia estratégica.
La cuestión central consiste en preguntarse por el lugar y el papel del pensamiento estratégico como horizonte y sentido de las fuerzas contendientes, revelar el estado actual de la cuestión, señalar las formas de la crisis institucional y los grados de agudización/conciliación del conflicto; e indicar los procedimientos de la acción política. Se puede decir que las reformas y la Consulta Popular convocan el debate decisivo por la hegemonía histórica de las próximas décadas. La disputa va in crescendo; y el panorama, turbio y escabroso, tiene un desenlace imprevisible que se desliza en una pendiente de desgaste y confrontación, sin poner al orden del día los grandes problemas del pueblo y sin discutir el alcance del proyecto de transformación alternativo al régimen establecido. Difícilmente las fuerzas contendientes podrán consolidar sus proyectos en una sociedad, cansada de la guerra, azotada por la desigualdad, la pobreza y la antidemocracia. Ni el delirio de los pregoneros de la fantasiosa “guerra civil”, ni el cinismo complaciente de la irreversibilidad del “cambio”, otorgan un sentido de credibilidad.
Es urgente para el pensamiento estratégico analizar el campo de la correlación de fuerzas y la materialidad social de concreción de las alternativas. En estas circunstancias, tanto el cinismo como el catastrofismo son distracciones peligrosas. Su peligrosidad no reside como comúnmente se cree en la conflictividad, ni en el estado de movilización, sino en la escasa comprensión del curso estratégico de las fuerzas contendientes. La “situación de paralaje” dilucida un bloqueo sistemático por parte de los grupos dominantes y un bloque gubernamental-popular por parte de las izquierdas y del progresismo, el cual se halla en apuros, con poca capacidad de maniobra y una limitada visión estratégica. Globalmente los vientos no corren a favor del cambio y el tiempo y sus circunstancias son adversas, además de los pocos logros alcanzados. Los carteles y las violencias han flagelado el país, creando un estado de desazón y desconsuelo. El asedio contra la obra reformista de Petro busca desmontar la posibilidad de reeditar y animar la revancha reaccionaria que sepulte las posibilidades del cambio democrático. El cúmulo de errores cometidos por parte del gobierno y de su coalición y la deformidad de sus aliados, con su típico travestismo y oportunismo del “centro”, de los Verdes y del partido liberal, ponen en aprietos la continuidad del proyecto del cambio en medio de la “tormenta perfecta”.
Con la presidencia imperial de Donald Trump y el despotismo del capitalismo transnacional tecnológico se perfila la tendencia hacia el autoritarismo, la guerra y el despojo. En medio de esta “tormenta perfecta” el desenlace es aún incierto. La búsqueda de dar continuidad al proyecto del cambio se enfrenta a un dilema crucial: o decide reorientar la estrategia de lucha antiélite (Fals Borda), de talante democrático desde abajo y horizonte de hegemonía popular, asumir la renovación de sus prácticas y métodos de trabajo y gestión, y emprender, por ende, una revisión de su sistema de organización y comunicación, o, por el contrario, se vislumbra el retorno del pasado de la dominancia imperial, la política de reforzamiento del modelo neoliberal y la profundización de la guerra interna y sus múltiples violencias, la violación al acuerdo de paz y la política de derechización y exterminio.
II
Avanzar contra el viento, impulsado por la fuerza misma del viento.
Hegel
La correlación de fuerzas está marcada por las urgentes redefiniciones y ampliación creativa de la capacidad de acción del campo popular y la recuperación de conducción y realización del programa del “gobierno del cambio” ante la premura del tiempo y el asedio sistemático del Establecimiento para retomar el aliento de la reorientación estratégica del proyecto del cambio. El “curso de acción” desafía la pasividad y el benevolente conformismo según el cual las cosas van “viento en popa”. Esta costumbre ‒como lo decía Benjamin‒ es un mal presagio. En este sentido, salir del atolladero del momento político exige un replanteamiento de fondo y exige un pensamiento estratégico que despliegue la creatividad y la fuerza para superar los escollos y las contingencias, lo que significa producir una articulación viviente de hegemonía que sortee el torbellino del momento político. Es evidente que, si mantiene la coherencia, cada lucha que se libre adquiere el valor de la victoria. Ante todo, esta consistencia estratégica podrá conducir, organizar y movilizar la pluralidad del sujeto político, ampliar las fuerzas del campo popular, promover la hegemonía de la transformación y suscitar un escenario favorable para la continuidad y la transformación. Toda pérdida de coherencia es una ventaja para el adversario, que se empecina en combinar neoliberalismo con conservadurismo reaccionario.
La política del cambio está asediada por la estrategia de bloqueo de las derechas y la polarización que va in crescendo. Cuatro dimensiones comprenden este cuadro complejo de antagonismo que vislumbra una tormenta de proporciones regresivas: i) El hundimiento de las reformas sociales (salud, educación, laboral, pensional), núcleo central del programa del “gobierno del cambio”, ha acentuado la pasionalidad y ha envalentonado a las derechas; ii) el fracaso de la política de “paz total” con los distintos actores armados ha recrudecido la guerra interna en zonas estratégicas como el Pacífico, Cauca, Catatumbo y el Caribe, las cuales se encuentran en una aguda situación de zozobra y crisis humanitaria, amén del incumplimiento del acuerdo de paz de 2016, con afectaciones sensibles a los derechos, respeto a la vida de los firmantes, protección de la población civil, la vulneración de los derechos humanos y el entorpecimiento de las propuestas de desarrollo económico y social; iii) la aceleración de las tensiones dada la proximidad de la campaña electoral ‒parlamentaria y presidencial‒ de 2026 ha puesto en cuestión la continuidad del proyecto del cambio, además de sus limitaciones e incoherencias (“progresismo constreñido”), y desata la ofensiva del espectro de las derechas y su proyecto neoliberal y proimperialista, y iv) la contingencia aventurada de la convocatoria de la Consulta Popular formulada por el “gobierno del cambio”, propuesta cargada de dilemas, entrecruzada con la campaña electoral y el despliegue de las fuerzas en movilización “sostenida y permanente”. En cada uno de estos ámbitos se entrelazan, además, viejos y nuevos conflictos regionales, crisis ambientales, recortes presupuestales y financieros (imposición de la política de austeridad), fracturas de los partidos y movimientos, en particular, los de signo progresista (la división con la vicepresidenta Francia Márquez, Susana Muhamad, Álvaro Leyva y Jorge Iván González, entre otros, la judicialización de destacados líderes del progresismo, los escándalos de corrupción, las protuberantes deficiencias en la gestión y administración del Estado, la ausencia de estrategias colectivas y la angustia y desencanto acerca de las escasas realizaciones del gobierno del cambio. El “estado de ánimo” de la población, en particular, de las juventudes, los sectores medios y profesionales y las masas empobrecidas que fueron protagonistas del “estallido social (2021), se halla entre la ansiedad y el desasosiego ante la finalización del cuatrienio del gobierno progresista sin el cumplimiento de las promesas democráticas, aunado a las protuberantes debilidades y al aparato burocrático y sectario del Pacto Histórico, el cual mantiene un esquema de disputa electoral, “espíritu de capilla” y precariedad organizativa que evidencia serias deficiencias en el proceso de articulaciones con las regiones y las comunidades. El espaldarazo presidencial al “lado oscuro del corazón” (nombramiento del ministro del Interior, Armando Benedetti, y de la canciller Laura Sarabia, entre otros) ha revelado el desgarramiento interno del progresismo y sus implicaciones políticas y éticas.
Las recientes movilizaciones y las maniobras de las fuerzas contendientes ponen el panorama en situación de aguda tensión, acentuada por las judicializaciones, la condena de altos funcionarios, la extensión de la guerra interna y las ardides del Imperio. La conflictividad va en aumento, sin vislumbrarse aún una tendencia dominante. Es patente el relativo equilibrio, con la particularidad de que el grado de tirantez va in crescendo y la confrontación se desenvuelve en un escenario tormentoso de agresiones e impugnaciones. Si bien el pronóstico es provisionalmente “reservado”, hay tres elementos que marcan el “curso de acción” de las fuerzas en contienda: de un lado, la disputa por la Consulta Popular, con sus limitaciones y riesgos, la cual tiende a constituirse en un punto de inflexión, y, de otro, la proximidad de las dos elecciones, las parlamentarias (8 de marzo del 2026) y las presidenciales (31 de mayo de 2026), que concentran las fuerzas en un campo de batalla minado por las impugnaciones y la pasionalidad exacerbada. De hecho, conjuran contra su desenvolvimiento “democrático” las disyuntivas de la “tormenta perfecta”, los efectos de la crisis social y la guerra interna. Estos eventos interrelacionados marcan un hito histórico en la escena política, cuyo impacto regional e internacional tendrá su efecto directo en América Latina y el Caribe en el marco de un ciclo regresivo que viene imponiéndose en el continente. Con la presidencia imperial de Donald Trump y el despotismo del capitalismo transnacional tecnológico se perfila la tendencia hacia el autoritarismo, la guerra y el despojo. En medio de esta “tormenta perfecta” el desenlace es aún incierto. La búsqueda de dar continuidad al proyecto del cambio se enfrenta a un dilema crucial: o decide reorientar la estrategia de lucha antiélite (Fals Borda), de talante democrático desde abajo y horizonte de hegemonía popular, asumir la renovación de sus prácticas y métodos de trabajo y gestión, y emprender, por ende, una revisión de su sistema de organización y comunicación, o, por el contrario, se vislumbra el retorno del pasado de la dominancia imperial, la política de reforzamiento del modelo neoliberal y la profundización de la guerra interna y sus múltiples violencias, la violación al acuerdo de paz y la política de derechización y exterminio. En general, la idea del “Frente Amplio” no logra suscitar el entusiasmo para construir la unidad y la convergencia; además de que como figura política reclama un replanteamiento estratégico de propósitos y alianzas, exige radicalmente nuevas formas de articulación con las comunidades, los territorios y las subjetividades plurales; requiere trazar una perspectiva de pensamiento crítico consistente y la cimentación de la cultura política que posibilite el despliegue creativo de la batalla cultural y comunicacional. Esta bifurcación entre reorientación estratégica o desenlace regresivo marcará la dirección del momento histórico en Colombia. La utilidad de la noción de “situación de paralaje” radica en comprender las dimensiones del antagonismo, sus antinomias y fuerzas contendientes en un entramado confuso y agresivo, cuya furia presagia la “tormenta perfecta”. En este enigma se desvela el horizonte estratégico de Colombia. Bolívar había previsto “la horrorosa calamidad que amaga a Colombia”, que “puede destruir la obra emprendida y ver caer sobre nuestras cabezas las maldiciones de los siglos”. (Carta a José Antonio Páez, 23 de diciembre de 1826)
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