Sergio De Zubiría Samper
Profesor Titular Doctorado en Bioética
Universidad El Bosque
Presidente Fundación Walter Benjamin
En la ciudad de Cali, los días 25, 26 y 27 de octubre, nos encontramos cuarenta organizaciones ambientalistas, campesinas, magisteriales y sindicales en el ENCUENTRO NACIONAL AMBIENTAL: TERRITORIO, AUTONOMÍA Y DIVERSIDAD, con la finalidad de construir una agenda ecológica crítica y antisistémica. Este Encuentro Nacional acordó la construcción de un tejido en red como alternativa real para el cuidado de la vida, de la biodiversidad, del agua, de la tierra. En la sesión inaugural compartimos once tesis para diagnosticar nuestra época, la catástrofe ecológica y la necesidad de recuperar la tradición ecosocialista. Se trata de aforismos que deben ser acompañados de argumentaciones extensas y bases empíricas mayores, pero pueden orientar nuestras discusiones y apropiaciones de la gravedad de la crisis contemporánea.
Las tesis se inspiran en dos metáforas: la “hojarasca” y el “diluvio”. La primera de profunda raíz latinoamericana y convertida en universal por la pluma de Gabriel García Márquez. La segunda de tradición bíblica y con un enigmático contenido teológico, recuperada en una interpretación secular por el filósofo japonés K. Saito. El proceso “biótico” de las hojas que caen de los árboles, con cierta valoración de lo inútil o con poca substancia, adquiere en la novela del escritor colombiano “La Hojarasca” (1955), dimensiones poéticas trágicas.
De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.
La llegada de la compañía bananera a Macondo, con su aparente manto de “progreso”, habría de traer “desperdicios humanos y materiales”, nuevas formas de explotación y destrucción de la naturaleza y la cultura. Sabíamos que habría de venir alguna vez, pero no contábamos con su ímpetu de destrucción, violencia y soledad. El denominado “progreso” contiene una dimensión trágica y por eso evoca, en las primeras líneas, García Márquez, la tragedia de Antígona.
Según el Génesis, Dios, viendo que la maldad se expandía en la humanidad, decidió exterminarla junto con el resto de los seres vivos. Noé, que era un hombre justo, halló la gracia de Dios, quien decidió salvarlo. Para ello le dio todas las indicaciones, de manera que se protegiera en un arca con su familia y una pareja de cada especie animal. Envió un diluvio de cuarenta días y cuarenta noches para que aniquilara la vida en la tierra. Perecieron todos los seres vivos y el agua cubrió hasta la cima de las montañas. Dios, a los siete días del fin del diluvio, ordenó a Noé que sacara a su familia y las parejas de animales para volver a poblar la tierra. Dios prometió que nunca más exterminaría a la humanidad y como símbolo de esta promesa, cada vez que el cielo se cubriera de nubes aparecería el arco iris. Este es el primer holocausto teológico de la vida en el planeta y en nombre de la “violencia divina”, como lo sugiere Walter Benjamin, analizando el pasaje bíblico del juicio de Coré. Una enigmática narración teológica que contiene, posiblemente, verdades profundas: la maldad y destructividad humana afecta todas las formas de la vida; la Biblia contiene potentes imágenes sobre la “violencia divina”; la ceguera humana hacia su autodestrucción obliga la interpelación de otras fuerzas exógenas; lo extraño de una promesa divina exclusivamente antropocéntrica; el agua es una fuerza natural ligada a la redención.
Las sociedades contemporáneas experimentan una crisis multidimensional del patrón civilizatorio eurooccidental y del régimen de acumulación neoliberal en su forma financiarizada. Las dimensiones antropocéntricas, clasistas, patriarcales, racistas y colonialistas de ese patrón civilizatorio, como sus patrones hegemónicos de conocimiento, ciencia y tecnología, lejos de ofrecer alternativas a la crisis civilizatoria, contribuyen a agudizarla. “Los dogmas antropocéntricos y patriarcales del progreso y el desarrollo, las fantasías de la posibilidad de un crecimiento sin fin en un planeta limitado están socavando aceleradamente las condiciones que hacen posible la reproducción de la vida en el planeta Tierra”.
Las metáforas de la “hojarasca” y el “diluvio” enuncian la complejidad, incertidumbre y peligros de nuestra época. Evocan las amenazas del extractivismo, la expropiación, el destierro, la desertificación, la catástrofe ecológica, la modernización capitalista y la tragedia de ciertas ideas de “progreso”. Diagnostican el clima espiritual de este tiempo de penuria.
Las once tesis
I. Las sociedades contemporáneas experimentan una crisis multidimensional del patrón civilizatorio eurooccidental y del régimen de acumulación neoliberal en su forma financiarizada. Las dimensiones antropocéntricas, clasistas, patriarcales, racistas y colonialistas de ese patrón civilizatorio, como sus patrones hegemónicos de conocimiento, ciencia y tecnología, lejos de ofrecer alternativas a la crisis civilizatoria, contribuyen a agudizarla. “Los dogmas antropocéntricos y patriarcales del progreso y el desarrollo, las fantasías de la posibilidad de un crecimiento sin fin en un planeta limitado están socavando aceleradamente las condiciones que hacen posible la reproducción de la vida en el planeta Tierra” (Lander, 2019, p. 14). Paralelamente, el actual capitalismo financiero evidencia el carácter caníbal, expoliador y autodestructivo del capital. Una de sus consecuencias es el denominado “cambio climático”, que debemos denominar como una “catástrofe ecológica”, según la terminología del historiador E. Hobsbawm. Las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki son hitos de esta catástrofe humana y natural. Las guerras actuales y el neofascismo constatan la identidad entre producción y destrucción que impuso la lógica del capital. Para H. Marcuse: “El proceso de destrucción productiva en el marco de una sociedad capitalista es irreversible. Superar el principio de destrucción productiva contradice el principio organizativo del capitalismo” (Marcuse, 2020, p. 169).
II. Las catástrofes ecológicas y las guerras imperialistas están intrínsecamente vinculadas y deben ser comprendidas como manifestaciones de las mismas fuerzas estructurales. Las primeras encuentran su causalidad sistémica en formas de producción industrial y agrícola que intensifican la degradación ambiental. Las segundas provienen de formas imperialistas y coloniales de mundialización, que tienen efectos devastadores sobre los pueblos y comunidades que se resisten a la imposición. Estas fuerzas representan los diferentes aspectos de una misma dinámica central: la expansión del sistema capitalista mundial. El capitalismo, en su escala actual, con su lógica expansiva de devastación, extractivismo y consumismo, es incompatible con la preservación de la vida en nuestro planeta. “Al actuar sobre la naturaleza y su equilibrio ecológico, con la obligación constante de extender su rentabilidad, este régimen expone los ecosistemas a contaminaciones desestabilizadoras, fragmenta los hábitats naturales que evolucionaron durante milenios para permitir el florecimiento de los organismos vivientes, despilfarra los recursos, reduce la vitalidad carnal de la naturaleza al intercambio glacial que exige la acumulación del capital” (Löwy, 2014, p.136).
III. La crisis civilizatoria y capitalista afecta la totalidad social y tendrá consecuencias en las estructuras de la vida en general, que son aún impredecibles. En palabras de la filósofa N. Fraser: “La crisis actual, gracias a décadas de financiarización, “no es “sólo” una crisis de desigualdad salvaje y trabajo precario mal remunerado, no “meramente” una crisis de cuidado y de reproducción social, no “solamente” una crisis migratoria y de violencia racializada. Tampoco se trata “simplemente” de una crisis ecológica en la cual un planeta en proceso de calentamiento vomita plagas letales, ni “sólo” de una crisis política con un vaciamiento de la infraestructura, un militarismo en aumento y una proliferación de hombres fuertes. No, es algo peor: es una crisis general de la totalidad del orden social en la que todas esas calamidades convergen, se exacerban entre sí y amenazan con deglutirnos a todos” (Fraser, 2023, p. 19).
El denominado “capitalismo verde”, las “transiciones energéticas” tecnocorporativas o socioecológicas y la “descarbonización” son formas de restauración capitalista “desde arriba” y de lavarle el rostro a la brutalidad de ese régimen de acumulación. Ellas conservan la premisa de la socialdemocracia clásica de que el Estado puede servir a dos amos; que, al mismo tiempo, se puede salvar al planeta domesticando al capital, y que puede hacerse sin necesidad de abolir el capitalismo. Una premisa que ha culminado en la conciliación histórica de la socialdemocracia con el fascismo y recientemente con el neoliberalismo.
IV. El denominado “capitalismo verde”, las “transiciones energéticas” tecnocorporativas o socioecológicas y la “descarbonización” son formas de restauración capitalista “desde arriba” y de lavarle el rostro a la brutalidad de ese régimen de acumulación. Ellas conservan la premisa de la socialdemocracia clásica de que el Estado puede servir a dos amos; que, al mismo tiempo, se puede salvar al planeta domesticando al capital, y que puede hacerse sin necesidad de abolir el capitalismo. Una premisa que ha culminado en la conciliación histórica de la socialdemocracia con el fascismo y recientemente con el neoliberalismo. Estas formas de restauración capitalista se estructuran en un discurso repetitivo alrededor de cuatro ejes: (a) La demonización exclusiva de las energías fósiles, la centralidad de la “descarbonización” y el fanatismo con relación a las energías no fósiles; (b) La disociación de la crisis ecológica de las lógicas de crecimiento económico, la trampa de la productividad y la acumulación capitalista; (c) El acento en las responsabilidades individuales de la catástrofe ecológica y la expiación del modo de producción capitalista; (d) La restauración de perspectivas tecnofascinadas ante la ciencia y la técnica que se manifiestan en el culto a la digitalización, la robotización y la automatización. “En el capitalismo del desastre, la crisis ambiental es una oportunidad más de negocio y enriquecimiento” (Saito, 2022, p. 94).
V. La propuesta del “capitalismo verde” del “canje de deuda por naturaleza” constituye una incoherencia ética y una complicidad con la destrucción de la naturaleza. Promueve una inconsecuencia, incoherencia o doble moral al aceptar acciones de contaminación de la naturaleza y luego permitir la monetización de la acción destructora. Se orienta por una máxima insostenible en la dimensión ética y ecológica: permitir pagar por un daño ambiental. Asume pasivamente la introducción del mundo de la naturaleza y los seres vivos a la lógica de la “financiarización capitalista”; se trata de un paso más en la mercantilización de la Madre Tierra en nombre de una “economía verde”. Ya sabemos cómo toda dependencia de la “financiarización” agudiza la dependencia de los Estados de los poderes transnacionales.
VI. El llamado “ecocapitalismo” o “capitalismo verde” preserva formas de expropiación similares a la desposesión característica de la “acumulación originaria” de capital. Esta forma de “acumulación” no está presente solo en los orígenes del capitalismo, sino que es permanente: la desposesión y expropiación es una historia de violencia que permanece y además se intensifica. Para la ecofeminista ecuatoriana Melissa Moreano, el “capitalismo verde” promueve tres “cercamientos” o “enclaustramientos” para la expropiación de la riqueza, como se hace y sigue haciendo desde la “acumulación originaria” de capital analizada por Marx. En primer lugar, el “enclaustramiento” de la biodiversidad para la bioprospección, buscando la expropiación de material genético por parte de las transnacionales del capital globalizado. En segundo lugar, el “enclaustramiento” de la foresta (bosques) como secuestrador del carbono, poniendo los bosques y las selvas en el mercado de capitales. Tercero, el “enclaustramiento” del paisaje para el ecoturismo, convirtiendo las áreas silvestres en espacio privilegiado para el mundo de los negocios. La “acumulación originaria” de capital se complementa actualmente, además de la concentración de las tierras, con la desposesión del material genético, la foresta y los paisajes.
Para el ecosocialismo, el sistema capitalista de forma estructural y no accidental contiene la tendencia a la destrucción y devastación de la naturaleza, la reproducción social del trabajo y las diversas formas de vida; existe, por tanto, un vínculo estructural entre crisis ecológica y capitalismo. Mientras tanto, el “capitalismo verde”, por su parte, considera que esta formación social puede mitigar, adaptarse y renovarse al tomar ciertas medidas sobre el cambio climático y el uso de energías fósiles.
VII. Mientras esperamos en vano que la ONU pueda funcionar como un poder eficaz para mitigar la catástrofe, seguimos perdiendo el tiempo, como pasa con el genocidio de Gaza, incluso se sigue acelerando el proceso de destrucción planetaria. Los organismos internacionales perdieron toda autonomía y capacidad para limitar los poderes hipostasiados de las transnacionales. La incapacidad de los políticos, que no pueden sobrepasar las próximas elecciones ni ir más allá de las elites capitalistas, explica el fracaso de las políticas de protección de la diversidad en las últimas décadas. Hay un 20 % de probabilidad de que el nivel del mar suba hasta 2 metros para 2100. Un aumento de 2 metros en el nivel global del mar podría resultar en la pérdida de una superficie de 1,79 millones de kilómetros cuadrados, incluidas las regiones críticas de producción de alimentos, y el posible desplazamiento de 187 millones de personas; un número tan grande de refugiados ambientales vendrá acompañado de hambre y xenofobia. En un contexto como este es necesario un marco teórico radical, en el que la idea de “ecosocialismo” se convierta en concepto clave para la izquierda revolucionaria.
VIII. El tipo de Inteligencia Artificial que promueve el capitalismo financiarizado es una amenaza para la vida en la tierra y el trabajo humano. Se cierne un nuevo diluvio que destruirá las especies y la vida humana. Las amenazas son estremecedoras: la furia del extractivismo minero de 17 elementos de tierras raras para el sector tecnológico, entre ellos litio, germanio, lantano, neodimio, erbio, tulio, etc.; la expansión de los conflictos socioambientales y laborales en los países del “sur global”; la circunstancia de que los centros de datos se constituyen en los mayores consumidores de electricidad y agua del mundo; el hecho de que “la huella de carbono de la infraestructura computacional mundial ya alcanzó a la de la industria de la aviación en su apogeo y está aumentando a mayor ritmo (…) estiman que para 2040 el sector tecnológico contribuirá con el 14 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero” (Crawford, 2022, p. 75). La llamada inteligencia artificial no tiene nada de “inteligente” ni tampoco de “artificial”; conforma una forma extrema del extractivismo y expropiación.
IX. Existen contradicciones insalvables entre las perspectivas del “capitalismo verde” y los ecosocialismos. La primera contradicción irreconciliable remite a la caracterización y papel de la formación social capitalista en el colapso ambiental. Para el ecosocialismo, el sistema capitalista de forma estructural y no accidental contiene la tendencia a la destrucción y devastación de la naturaleza, la reproducción social del trabajo y las diversas formas de vida; existe, por tanto, un vínculo estructural entre crisis ecológica y capitalismo. Mientras tanto, el “capitalismo verde”, por su parte, considera que esta formación social puede mitigar, adaptarse y renovarse al tomar ciertas medidas sobre el cambio climático y el uso de energías fósiles. La segunda tensión se manifiesta en ciertas categorías centrales de la concepción de la sociedad y la historia. El “capitalismo verde” sustenta su visión de la historia social en nociones como “progreso”, “desarrollo”, “modernización”, “industrialización”, “tecnología”, entre otras, mientras las perspectivas “ecosocialistas” cultivan una relación crítica con ellas, porque en muchos de sus usos han sido parte determinante en la consolidación de la catástrofe ecológica. La tercera contradicción se centra en la discursividad sobre la etiología de la crisis climática. El “capitalismo verde” ubica su causalidad en el uso de energías fósiles, la excesiva generación de CO2 y sus consecuencias en el cambio climático; de los nueve “límites planetarios”, subrayados por J. Rockstrom, se acentúa el cambio climático, llegando a concebir la posibilidad de un mayor crecimiento económico aprovechando este fenómeno climático. El ecosocialismo sitúa la causalidad en la formación social capitalista y la crisis de ciertos factores del patrón civilizatorio occidental, tomando en cuenta el conjunto de componentes de los límites planetarios. La cuarta tensión se despliega en las respuestas y horizontes de solución frente al colapso ecológico. Para el “capitalismo verde” el camino es la denominada “transición energética”, cuyos núcleos duros se sintetizan en la utilización de energías no fósiles, crecer mientras se reducen las emisiones de efecto invernadero, seguir estimulando los mercados, confiar en las soluciones tecnológicas y permitir el pago de los daños ambientales del Norte Global a través de mecanismos monetizados en el Sur Global. El ecosocialismo considera que el horizonte exige un nuevo orden social que derrumbe la lógica depredadora y caníbal del sistema capitalista.
X. El horizonte ecosocialista del siglo XXI plantea diversos caminos y concepciones de una sociedad socialista. No es conveniente una visión estandarizada o modélica, pero si se comporten algunas premisas. La primera es tomar distancia tanto de la experiencia del denominado “comunismo soviético” como de las propuestas socialdemócratas. La segunda es evitar las perspectivas economicistas, productivistas y estatistas del socialismo. La tercera es interpelar las concepciones evolucionistas, etapistas y progresivas de la historia. La cuarta premisa remite a la exigencia de construir la opción socialista como un esfuerzo conjunto de movimientos, organizaciones, activistas, intelectuales, artistas, científicos, partidos, etc., teniendo conciencia de que es un tarea rigurosa y desafiante. Podemos señalar algunas dimensiones o campos relevantes para repensar el ecosocialismo del siglo XXI: (a) Una política ecosocialista de carácter “transambiental” y “anticapitalista” (N. Fraser) que entreteja los daños ecológicos con los ejes de dominación de clase, raza, género y nacionalidad, manifestando su anticapitalismo en sus luchas contra todas las formas de dominación, pero también en el desenmascaramiento de la estafa de la comercialización de derechos de emisión de carbono y de los canjes de deuda por contaminación: un bloque histórico contra la mercantilización de la naturaleza; (b) La socialización de los medios de producción es una acción importante siempre y cuando también se transformen la relaciones de producción con sus condiciones básicas de posibilidad, como son la naturaleza no humana, la reproducción social y la vida; (c) El nuevo orden socialista no solo debe superar la dominación de clase, sino también las asimetrías de género y de sexo, las opresiones raciales, étnicas e imperiales, como también todas las formas de dominación política; (d) Una sociedad socialista debe democratizar el control de los excedentes sociales mediante la toma de decisiones colectivas sobre las capacidades y recursos, pero también concebir el excedente como tiempo, permitiendo la extensión de las formas de usos del tiempo más allá del trabajo; (e) Debe rechazar el imperativo del crecimiento y la ganancia sin fin para las clases capitalistas, sometiendo todas las cuestiones ambientales a la resolución democrática y la dimensión política; (h) Los valores de uso que se consideran parte central de las “necesidades humanas” deben ser considerados “bienes comunes” y eliminar que sean valores de cambio para transar en el mercado.
XI. En la ecología política contemporánea existen dos importantes tradiciones del ecosocialismo, que debemos estudiar y discutir a profundidad. La primera se identifica con el “ecosocialismo del decrecimiento” y toma nítida de distancia de la restauración capitalista vía “decrecentistas”. La segunda tiene debates con la política del “decrecimiento” y se define como “ecosocialista” a secas. En la primera perspectiva encontramos pensadores como J. Riechmann, C Taibo, K. Saito, entre otros. Representan la segunda mirada Andre Gorz, James Oconnor, John Foster, Raymond Williams, Rudolf Baro, Elmar Altvater, Nancy Fraser, Michel Löwy. Actualmente se trata de interpretar y transformar el mundo desde un horizonte ecosocialista.
Referencias bibliográficas
Crawford, K. (2022). Atlas de la inteligencia artificial. Poder, política y costos planetarios. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Fraser, N. (2023). Capitalismo caníbal. Buenos Aires. Sigo XXI editores.
Lander, E. (2019). Crisis civilizatoria. México: CALAS.
Löwy, M. (2014). Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. China: Ocean Sur.
Marcuse, H. (2020). Escritos sobre ciencia y tecnología. Medellín: ennegativo ediciones.
Saito, K. (2022). El capital en la era del Antropoceno. Barcelona: Sinequanon.
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